Federico Engels y el partido – parte 1

Por razones de espacio me vi obligado a dividirlo en dos partes.

Elvira Concheiro

Profesora en la UNAM. Recuperado de Herencias y Perspectivas del Marxismo (CLACSO, Boletín #6, Diciembre 20/enero 2021), consultado 8 de julio del 2021.

Introducción

Durante la centuria que siguió a la muerte de Federico Engels, los partidos políticos, especialmente aquellos que de una u otra forma se reconocían o reconocen como partidos de la clase trabajadora, cumplieron todo un ciclo. Fundados en el último tercio del siglo diecinueve, los partidos obreros vivieron un período —una parte del cual Engels fue testigo directo— de gran crecimiento, vitalidad e influencia, pasando por una crisis de carácter histórico —que produciría una profunda ruptura del movimiento obrero europeo—, hasta arribar a una nueva corriente
política identificable por un modelo de partido, el de los comunistas, o el que solía designarse como modelo leninista, que en nuestros días ha desaparecido o está en grave crisis. En todo ese ciclo, es evidente la influencia de las ideas y experiencias políticas de Engels, en sus más diversas lecturas e interpretaciones.

Los partidos marxistas, actores destacados de la lucha política desarrollada a lo largo del siglo XX, dieron paso en nuestros días a formaciones políticas diversas y más amorfas. El enorme cúmulo de transformaciones sociales y políticas que se han operado en el mundo desde el ultimo tercio del siglo XX, nos proporciona ahora condiciones privilegiadas para repensar la experiencia práctica y el aporte teórico que nos ha dejado un pensador y revolucionario tan importante como Federico Engels.

Es necesario señalar que al intentar esta reflexión sobre el aporte específico de Engels en nuestra temática, nos topamos con la particularidad de que, tanto en su experiencia práctica como en su elaboración conceptual, este hombre estuvo siempre estrechamente vinculado a Carlos Marx. Como sabemos, a través de una amistad excepcional, la cual ha sido un paradigma en la historia, todo lo que Engels escribió y realizó políticamente (salvo unos cuantos años al principio de la década de los cuarenta del siglo pasado y de la última docena de años que vivió tras la muerte de su amigo) lo hizo al lado de Marx en una mutua y estrecha colaboración.

Es por esto que resulta difícil, pero interesante, un análisis exclusivo de Engels, al menos en la temática del partido político. Es por lo anterior que, después de explicar lo que consideramos fundamental en la concepción y la práctica política de los dos revolucionarios alemanes, aquí hemos de realizar un intento de atender en especial la contribución de Engels.

Otra dificultad que se nos presenta es que la visión dominante del marxismo como un cuerpo doctrinal cerrado, que tanto peso tuvo en nuestro siglo (aunque nunca haya sido la única visión), difundió por todo el mundo, gracias al poder ideológico que le otorgaba el contar con una revolución obrera triunfante, que en materia del partido político las elaboraciones de Marx y Engels no habían sido más que elementos sueltos de una rica experiencia práctica (la Liga de los Comunistas y la Asociación Internacional de Trabajadores), que serían recuperadas, asimiladas
y —esto fue lo peor— sistematizadas y completadas por Lenin, en una verdadera teoría del partido, la cual fue encarnada por la organización de los comunistas. A partir de esta idea, los marxistas  del siglo pasado la analizaron poco y aprendieron menos sobre los conceptos centrales de Marx y Engels acerca del partido, los cuales contienen aspectos centrales de su propuesta teórica y política.

Muchos estudiosos de la obra de los dos revolucionarios alemanes han considerado, además, que el aporte de éstos en la temática del partido no podía ser profuso, dado el escaso desarrollo de la organización partidista, y que muchas de sus formulaciones al respecto son, por tanto, imprecisas o vagas. Los más de cien años de experiencia partidista de los
trabajadores de todo el mundo, con muchos rasgos comunes y muchas diversidades, son un material inigualable para el estudio de los partidos políticos alternativos a los poderes establecidos, con el que no contaron los fundadores del socialismo crítico revolucionario. Pero esta obviedad no implica que su legado sea escaso o irrelevante. Se trata, sin duda, de
un fenómeno que irrumpió con extraordinaria fuerza en los años setenta del siglo diecinueve, pero que en décadas anteriores se fue conformando, en medio de un fuerte debate y muy diversas y apasionantes experiencias, muchas de las que Marx y Engels fueron parte.

Como intentaremos demostrar, el análisis de la obra teórica y práctica de Federico Engels no sólo nos proporciona una gran cantidad de elementos respecto del partido político, sino que éstos son de especial actualidad ahora que la lucha política socialista lleva años enfrentada a una severa crisis y que, por tanto, incursiona en nuevos e inéditos caminos.

¿De qué partido hablamos?
Los partidos políticos existentes hacia mediados del siglo XIX eran formaciones muy incipientes, con escaso desarrollo organizativo y compuestos, en general, por reducidos grupos de personas cuya identidad se limitaba a proyectos sociales y políticos relativamente poco desarrollados y, con frecuencia, vinculados sólo a la función pública y a los asuntos del Estado. Por su parte, las agrupaciones de obreros de la época tendían casi siempre a apoyar a los partidos que expresaban de alguna forma los intereses populares o, en términos más amplios, representaban las posturas más progresistas de entonces.

Aunque en la clase trabajadora existía ya una larga historia de formación de círculos revolucionarios, concebidos al margen de la actividad estatal, es decir, ilegales y con una extraordinaria vocación conspirativa, sectores obreros más amplios estaban aún lejos de verse a sí mismos como fuerza independiente y con alternativa propia.

Para que esto último ocurriera habrían de mediar muchas luchas y varias revoluciones. En medio de la convulsión europea de 1848 y ante la incapacidad de otras fuerzas sociales, grandes masas de trabajadores insurrectos realizan una importante experiencia propia y ensayan sus primeros pasos como fuerza política diferenciada del resto.1 Aunque esto casi no ocurrió todavía a través de agrupaciones claramente estructuradas y organizadas, Engels y Marx extraen valiosas experiencias que confirmaban mucho de lo planteado por ellos en su famoso Manifiesto del Partido Comunista, aparecido en el momento mismo en que se abrían las puertas de dicho movimiento.

Después de que fue puesta a prueba por el movimiento revolucionario aquella primera organización partidista en la que Engels y Marx participaron en forma muy destacada (la recién designada como Liga de los Comunistas), ambos arriban, a partir del análisis puntual del desenvolvimiento del intenso proceso político, a la conclusión de que los partidos de la aristocracia, representantes de los poderes establecidos, tanto como los de la emergente burguesía y pequeña burguesía, se definen esencialmente en torno al Estado y la legalidad de éste, tal como se había mostrado en 1848 en Francia y en 1849 en Alemania. La actividad secreta e ilegal que estos partidos habían ejercido en determinadas circunstancias no los alejaba de una definición central en los términos de
la existencia dada del Estado. En cambio, el partido obrero, al que, como hemos dicho, comienza a vérsele en ciertos episodios de esas revoluciones, aprende y actúa de acuerdo con otro patrón, en la medida en que representa, o puede representar, el rompimiento más profundo con lo establecido. De esta manera, el cambio radical que se propone dicho partido es, a la vez, una forma de conocer y de actuar.

La experiencia revolucionaria había mostrado que la independencia del proletariado no está dada en forma natural o automática, ni tampoco en los términos de la difusión de una doctrina. Se requiere la conjunción de medios de conocimiento y de acción política, ya que unos y otros no están definidos de antemano. En esta visión, la independencia del partido obrero no es gremialista, como tampoco un medio para mantener la pureza de algunos postulados doctrinales, sino que es el producto del análisis realizado cuando los intereses de las clases y sus conductas políticas son más nítidas y conocibles: el momento de la crisis, la circunstancia de la revolución.

La valoración del partido como instrumento de la lucha emancipadora de los trabajadores no llevó a Marx y Engels, sin embargo, a la adoración de alguna de las organizaciones partidistas en las que participaban o con las que mantenían relación. Por el contrario, éstas fueron sometidas por ellos al más severo análisis y crítica.2  De esta forma, mientras la revolución aún estaba en curso, plantearon la reestructuración de la Liga con el objetivo de lograr convertirla en el instrumento capaz de disputar la dirección de los obreros al partido democrático de la pequeña burguesía, es decir, lograr mantener y desplegar la independencia política de los trabajadores. Pero en el momento en el que los autores del Manifiesto llegan a la conclusión de que la revolución ha sido derrotada y que, además, las condiciones de recuperación económica alejaban toda posibilidad de un nuevo ascenso revolucionario, sostienen una áspera lucha contra las tendencias conspirativas y voluntaristas que proliferaron entonces entre sus compañeros de lucha, lo que llevaría a la división de ese partido y, finalmente, a su disolución. Lo mismo sucedería con el intento articulador de las principales fuerzas revolucionarias europeas de la época, que tomó cuerpo en la brevísima Liga Universal de los Comunistas Revolucionarios. 3

Como sabemos, las primeras grandes organizaciones políticas de obreros comienzan a gestarse años después, al calor de una serie de luchas gremiales que desembocarían en la formación, en 1863, de la Asociación Internacional de Trabajadores y, especialmente, después de la primera revolución obrera de la historia emprendida por los comuneros parisinos. Efectivamente, durante la década de los setenta y ochenta del siglo pasado comienza la formación de lo que durante todo el siglo XX conocimos, propiamente, como partidos obreros.

En la experiencia de la Primera Internacional volvemos a advertir la misma actitud de Engels y Marx habían asumido una década atrás. Tratándose de una organización diferente a las que hasta entonces habían existido, tanto por su alcance como por su composición más abierta y plural que no permite considerarla como un partido, sino el medio idóneo para que éstos se gestaran, los actores y los conflictos fueron distintos. Sin embargo, tanto en las discusiones con proudhonistas, owenistas y bakunistas, la postura de Marx y Engels siguió siendo la de luchar,
por una parte, para que su propia concepción fuese ganando carta de naturalización dentro de lo que ellos mismos consideraban que era una importante representación de las «fuerzas reales» de los trabajadores europeos y, por la otra, para que la estructura organizativa de la Internacional correspondiera a las necesidades y condiciones de la lucha obrera del momento y que, por tanto, superara en forma definitiva el carácter de las sectas.

En toda la rica experiencia de Engels y Marx, tanto la que extraen de su participación en organizaciones específicas de diverso carácter como aquella de los períodos en los que se mantienen al margen de toda militancia directa en alguna organización, es posible observar la clara diferenciación que realizan los autores del Manifiesto entre dos niveles, de significados distintos, por así decirlo, de partido: por una parte, la que llamaremos «partido en sentido histórico» y, por la otra, el «partido en sentido efímero».4

La conceptualización realizada por Engels y Marx sobre el partido político es, en su sentido más estricto, de carácter histórico. Es decir, no existe para ellos un determinado partido para todo tiempo y lugar, como tampoco una determinada teorización universal e inmutable. Por el contrario, los partidos son expresión del movimiento político real y del
desarrollo de la elaboración teórica y de la experiencia práctica que se realiza desde una ubicación específica a partir de la que se conoce la realidad social, lo cual, a su vez, la diferencia y le otorga singularidad y carácter de clase.

Para Engels, como veremos, es de particular importancia el rechazo a todo espíritu de conservación de formas de lucha y de normas organizativas concretas de los grupos revolucionarios, las cuales deben estar siempre en directa dependencia de los nuevos y cambiantes requerimientos del movimiento revolucionario. Así, el partido «en sentido efímero» o «episodios en la vida del partido» (en sentido histórico) es aquella estructura organizativa que responde a condiciones políticas precisas, que cambian continuamente conforme se modifican esas mismas condiciones.

Estas ideas llevaron a Engels a compartir plenamente con Marx la decisión de disolver varios agrupamientos aunque no hubiese otro que los sustituyera de inmediato. De esta forma, tras la derrota de la revolución alemana de 1849, la Liga de los Comunistas fue disuelta; posteriormente, la Asociación Internacional de los Trabajadores, después de un largo período de disputa con los bakuninistas y bajo la derrota de la Comuna de París, también fue disuelta; y respecto al Partido Socialdemócrata Alemán, tardaron bastante en discernir si sería o no el instrumento organizativo adecuado a la lucha de los trabajadores de aquel país.

Con la misma actitud analítica, Marx y Engels prestaron cuidadosa atención a todo elemento en el que se expresara ese «movimiento real» producto de la sociedad moderna, en el que se incubaran los elementos de la superación de todos los «poderes establecidos». De acuerdo a la concepción por ellos fundada, esto es posible en la medida en que se
disponga del conocimiento científico para la comprensión de los procesos reales de la sociedad y sus contradicciones, al tiempo que se actúa prácticamente por lograr tal superación. Por tanto, el partido «en sentido histórico» es entendido como la actividad teórico-política, que con frecuencia requiere de un cauce organizativo preciso aunque cambiante, encaminada a lograr la comprensión de las condiciones realmente existentes que posibilite la emancipación social de los hombres. La crítica teórica y la práctica política son entonces actividades estrecha
e ineludiblemente vinculadas, interdependientes, dirigidas a lograr la superación del modo de vida dominante.

De esta forma, El Capital representa para su autor «una victoria científica» y la Comuna de París es “la hazaña más gloriosa […] desde la insurrección de junio en París” de ese partido «en el gran sentido histórico», puesto que, aunque de diversa índole, en ambas obras está contenida esa tendencia histórica anticapitalista y emancipadora que contiene la lucha de los trabajadores.

Las cambiantes situaciones de cada momento y país, que reclaman soluciones distintas respecto a la modalidad partidista, abren todo un campo a la existencia de organizaciones de la más variada índole. Los medios de lucha política tienden a modificarse en forma incesante. Ahora bien, el contenido de la lucha política misma, en la medida en que busque la
superación del estado de cosas, que explore sus capacidades alternativas al capitalismo, va creando los instrumentos organizativos necesarios. Por esto, el «partido en sentido efímero» recoge al partido en «en sentido histórico» pero no lo agota. Es decir, las organizaciones específicas pueden proponerse desempeñar un papel relevante en la lucha
revolucionaria e, incluso, lograrlo en un determinado momento, pero el movimiento tenderá a generar expresiones que irán más allá de los partidos organizados. La gran tarea de descubrir las condiciones reales de existencia del proletariado, así como el esclarecimiento de sus posibilidades como clase en el marco de un enramado social complejo, rebasan por sí solas el alcance de las organizaciones específicas.

Lo importante, insistimos, no es entonces la actuación de una u otra organización partidista específica, sino la tendencia histórica que se expresa en la lucha política de los trabajadores por la superación del régimen capitalista. En los momentos en que se despliega una auténtica revolución con dicho propósito, el partido «en sentido histórico» y la clase en movimiento efectivamente coinciden y, como se pudo observar a lo largo de las revoluciones del siglo XX, pueden llegar a ser una y la misma cosa.

Engels: militante de organizaciones «efímeras»

Es conocido que Engels, aun antes que Marx, entró pronto en contacto con esas diversas agrupaciones revolucionarias que en términos más o menos definidos expresaban el pensamiento revolucionario de los obreros europeos. En realidad es él quien introducirá a Marx al mundo conspirativo-revolucionario y lo entusiasmará para organizar sus propios instrumentos de acción, con los cuales ambos iniciarían una intensa actividad política, en un momento especialmente propicio para ello.

Estando en Londres, a principios de los años cuarenta, Engels entró en relación con el cartismo, al cual denominaría más tarde «el primer partido obrero de nuestra época». Engels entiende que la situación social explica el surgimiento del cartismo, y comienza a sentirse identificado con la lucha que éste representa, aunque todavía considere que su carácter obrero lo aislaba de los sectores cultos. El cartismo, como partido que se deriva del partido democrático, había pasado a ser un verdadero movimiento de los obreros, y es en esa cualidad que Engels lo conoce
y, de inmediato, brinda su colaboración a una de las primeras y mejores publicaciones cartistas, el Norther Star, periódico fundado en 1837 y dirigido por George Julian Harney y J. Hobson. Con esa colaboración, Engels adquiere un nuevo compromiso político, ya no con una corriente ideológica, como lo había hecho en Alemania, sino con un verdadero movimiento político-social que involucraba a miles de trabajadores.

Al mismo tiempo, su adhesión a las ideas comunistas, iniciada en Alemania aun antes de su traslado a Inglaterra, llevaría a Engels a mantener contacto y participar en actividades propagandísticas de algunos círculos de trabajadores. Además de la difusión que entonces hiciese de las colonias comunistas norteamericanas y de la de Owen, a través del alemán socialista Moises Hess, conoce a la Liga de los Justos (organización que Engels definiría como “un brote alemán del comunismo obrero francés”), a la que Hess pertenecía.

Por aquellos años (en septiembre de 1844, para ser precisos) Engels pasa unos días en París con Marx. De aquella primera visita, en la que ambos constatan la identidad de sus concepciones y deciden elaborar un escrito crítico de la corriente filosófica de la que procedía, se inicia, como sabemos, la larga y estrecha colaboración entre los dos revolucionarios alemanes. En su encuentro en Bruselas realizado en la primavera del año siguiente, es cuando, tras la redacción conjunta de la Ideología alemana, esbozan los caminos por donde decidieron avanzar en la construcción
de su nuevo planteamiento teológico.
Estábamos obligados —escribiría Engels mucho después— a razonar científicamente nuestro punto de vista, pero considerábamos igualmente importante para nosotros ganarnos al                             proletariado europeo, empezando por el alemán, para nuestra concepción. Apenas llegamos a conclusiones claras para nosotros mismos, pusimos manos a la obra (Engels,
Federico, s.f, p. 364).

En medio de esto y durante los dos primeros años de colaboración, siguiendo la tradición obrera y jacobina del siglo XVIII, Engels y Marx se
abocan a la organización de la que llamaron Comités de Correspondencia Comunista, que les permitió establecer relaciones con dirigentes de trabajadores de diferentes países, aunque principalmente de Alemania, entre quienes buscaban difundir sus nuevas concepciones y llevar a cabo una acción política que superara las tradiciones utópicas.

Entonces fue cuando, también, fundaron la Asociación de Obreros Alemanes. Además, en 1846, propician junto a los cartistas la formación de la Sociedad de los Demócratas Fraternos, organización de carácter internacional con sede en Londres, que reunía, además de a los cartistas de izquierda, a varios grupos de demócratas exiliados de diversos países. Es
probable que en estas organizaciones estuvieran pensando Marx y Engels cuando en El Manifiesto se refiere al «partido comunista», aunque el sentido utilizado es en términos históricos.

Poco antes del estallido de la revolución en Francia, la Liga de los Justicieros había vivido un proceso de restructuración y debate sobre el carácter de la organización y sus propósitos. En dicho proceso, como sabemos, fueron invitados a colaborar Marx y Engels. A partir de ese momento (que Marx ubica cuando los miembros de la Liga «aceptaron  la condición de que se eliminase de los reglamentos todo lo que favorecía a la superstición autoritaria»), los autores del Manifiesto tendrán un papel principal en su conducción, dándole una mayor proyección propagandística durante los embates revolucionarios en Alemania con la publicación de La Nueva Gaceta Renana.

Después de la disolución de la Liga, Engels se dedica durante dos décadas casi exclusivamente a sus estudios y a la dirección de la empresa de su padre, con lo cual pudo ayudar económicamente a Marx, quien redactaba en ese tiempo el primer tomo de su más importante obra, El Capital.

Es por ello que Engels no se incorpora a la Asociación Internacional de Trabajadores sino hasta 1870, cuando se traslada de Manchester a Londres, aunque se había mantenido siempre al tanto de los asuntos de ésta a través de la intensa correspondencia que mantenía con Marx. Durante los dos últimos años de existencia de la Internacional, Engels fue miembro de su Consejo General con el cargo de secretario, primero para Bélgica y, después, para España e Italia, países estos últimos donde la fuerza adquirida por los bakuninistas representaba, entonces, un serio riesgo para la dirección encabezada por Marx. La actuación de Engels fue, por tanto, decisiva en la historia del último período de vida de la Internacional.

Su activa participación en el debate sobre algunos planteamientos de Bakunin, tales como la abstención en la lucha política y la posibilidad de abolir el Estado, así como en la elaboración (junto a Marx) de los principales documentos oficiales del Consejo General sobre la disputa con el revolucionario ruso y sus seguidores, llevó a Engels a tener una intensa comunicación con miembros de la Internacional de diversos países, la cual mantuvo y desarrolló, una vez disuelta esa agrupación, con el objetivo de apoyar la construcción de partidos políticos, lo que ocurrió en la
mayor parte de los países europeos y en algunos de América (de manera destacada en los Estados Unidos) durante los años setenta y ochenta.
De especial interés resulta la actitud mantenida por el revolucionario alemán en este proceso en el que surgen los partidos obreros. Para Engels, lo principal es descubrir las peculiaridades de cada país, de tal forma que nunca se trasladaran mecánicamente experiencias, solamente
adecuadas a las circunstancias precisas de determinados lugares, a naciones donde había la exigencia de soluciones originales. De esta forma, Engels promovió en los casos de Francia y Alemania, dada la maduración de la lucha obrera en esos países, una mayor precisión en sus programas políticos y la diferenciación orgánica de quienes representaban
la postura más avanzada e independiente de los trabajadores, respecto de otras posiciones obreras (de los lasallistas alemanes, de los reformistas franceses, de los anarquistas).

El desarrollo del proletariado —escribía Engels a Bebel, refiriéndose a la división ocurrida en Francia con los posibilistas— se realiza en todas partes en medio de luchas internas y Francia, que está formando ahora por primera vez un partido obrero, no hace excepción. En Alemania hemos superado la primera etapa de la lucha interna y nos esperan otras fases. La unidad es algo muy bueno mientras sea posible, pero hay cosas más elevadas que la unidad. (Engels, Federico, 1972, p. 82).

En cambio, en otros casos, como los de Inglaterra y Estados Unidos, para Engels carecía de especial relevancia la precisión teórica o programática, puesto que el nivel de la lucha obrera ponía en primer plano la creación de su organización autónoma, lo más amplia y unitaria posible.

Nuestra teoría es una teoría de desarrollo, no un dogma a aprender de memoria y a repetir mecánicamente. Cuanto menos se les machaque a los norteamericanos desde fuera y cuanto más la pongan a prueba con su propia experiencia —con ayuda de los alemanes— tanto más profundamente se incorporará a su carne y a su sangre. Cuando nosotros volvimos a Alemania en la primavera de 1848, nos unimos al Partido Democrático por ser éste el único medio posible para llegar a la clase obrera; fuimos el ala más avanzada de ese partido, pero al fin y al cabo un ala. Cuando Marx fundó la Internacional, redactó las reglas generales de manera que pudieran ingresar todos los socialistas obreros de esta época: proudhonistas, lerrouxistas e incluso el sector más avanzado de las trade unions inglesas; y fue gracias a esa amplitud que la Internacional llegó a ser lo que fue: el medio para disolver y absorber gradualmente a todas esas sectas secundarias, con excepción de los anarquistas, cuya repentina aparición en varios países no fue sino el efecto de la violenta reacción burguesa que sucedió a la Comuna y que por eso podíamos dejar que se marchitasen solos, como ocurrió. Si de 1864 a 1883 hubiésemos insistido en trabajar sólo con quienes adoptaban ampliamente nuestra plataforma, ¿dónde estaríamos hoy? Creo que toda nuestra experiencia ha mostrado que es posible trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera en cada una de sus etapas sin ceder u ocultar nuestra propia posición e incluso nuestra organización, y temo que si los germanoamericanos eligen una línea distinta cometerán un grave error (Engels, Federico, 1972, p. 142).

Respecto a Rusia, país en el que ya entonces se esperaba una eminente revolución contra el zarismo, es decir, se acercaba «a su 1789», y ello obligaba a que también la alternativa organizativa fuera original, Engels decía que era “uno de esos casos excepcionales en que a un puñado de gente les es posible hacer una revolución, es decir, hacer que con un pequeño empujón se derrumbe todo un sistema que (para emplear la metáfora de Plejánov) está en un equilibrio más que inestable, liberando, así, de un golpe, en sí insignificante, fuerzas explosivas incontrolables. Porque si alguna vez el blanquismo —la fantasía de revolucionar toda una sociedad por acción de una pequeña conspiración— ha tenido alguna justificación es, por cierto, en el caso de Petersburgo” (Engels, Federico, 1972, p.122).

De esta forma, con la lúcida idea de no apartarse de la divisa de «representar el movimiento del futuro en el movimiento del presente», Engels buscó contribuir a la formación del instrumento necesario, de acuerdo a las circunstancias políticas y sociales dadas, combatiendo toda rigidez en la estructura y el carácter de los partidos emergentes, pese a lo cual la idea de un «modelo de partido» fue abriéndose camino.

Notas

1 Refiriéndose a la insurrección obrera del 25 de junio de 1848 en París, Engels escribía, años después, que se había tratado de la «primera gran batalla por el poder» entre la burguesía y el
proletariado. Cf. Engels, Federico. «Introducción a las luchas de clase en Francia», en Obras escogidas, tomo I. Ed. En Lenguas Extranjeras, Moscú, p.116

2 En relación a la actuación de la Liga de los Comunistas en la revolución europea de 1848-1849, tiene especial relevancia el «Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas», escrito en
marzo de 1850 por Marx y Engels.

3 Constituida en la primavera de 1850, como resultado de los vínculos establecidos entre el Comité Central de la Liga de los Comunistas (a la cabeza del cual se hallaba Marx) y la Sociedad Republicana Central («el verdadero partido proletario», que tenía por jefe a Blanqui, quien lo había fundado en 1848) y los Demócratas Fraternos (dirigida entonces por el cartista Julian Harney), la Liga Universal fue disuelta por Marx, Engels y Harney, tras la división entre los alemanes y el conflicto que ello provocó con los blanquistas, en octubre del mismo año.

4 Los términos los hemos adoptado de la carta de Marx al poeta alemán Ferdinand Freiligrath, del 29 de febrero de 1860. Ante el equívoco que se había producido entre ellos, por una carta anterior de Marx en que quería involucrar a su amigo en la respuesta a Karl Vogt (demostrando la falsedad de la acusación de éste sobre la supuesta participación de Marx en la preparación de complots revolucionarios y en la dirección de diversas sociedades secretas. Cf. MARX, K. El señor Vogt, Ed. Juan Pablos, México, 1977). Freiligrath había respondido a Marx que ya no mantenía, desde la disolución de la Liga, nexo alguno con el partido. A ello, Marx respondió: «Te hago notar, ante todo, que desde noviembre de 1852, cuando a propuesta mía la Liga fue disuelta, nunca más pertenecí ni pertenezco a ninguna asociación, secreta o abierta, y, por consiguiente, hace ya ocho años que en este sentido, totalmente efímero, de la palabra, el partido dejó de existir para mí […]. Recuerdas que recibí de los dirigentes de la Liga Comunista de Nueva York una carta en la que me pedían reorganizar la antigua Liga. Tardé un año en contestarles y finalmente les dije que desde 1852 no estoy ligado a ninguna organización y tengo el convencimiento profundo de que mi trabajo teórico es mucho más beneficioso para la clase obrera que la participación en organizaciones cuyo tiempo ha pasado en el continente […]. Si tú eres poeta, yo soy crítico, y la verdad sea dicha, me basta con la experiencia de 1850-1852. La Liga, lo mismo que la Sociedad de Estaciones y que centenares de otras sociedades, son sólo episodios en la historia del partido que nace espontáneamente, por doquier, del suelo de la sociedad moderna». Y concluía: «Yo me he esforzado por disipar el equívoco de que por “partido” entendía la Liga, cuya existencia terminó hace ocho años, o la redacción de diario, que dejó de salir hace doce años. Por partido yo entendía el partido en el gran sentido histórico del término». Cf. «Marx a Ferdinand Freiligrath», del 29 de febrero de 1860, en Marx, K. y Engels, F. Collected Works, vol. 41, Ed. International Publishers, Nueva York, 1985, pp. 81-87

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