Hace 94 años, un 26 de abril, Puerto Rico abolió la pena de muerte, ya calificada por el novelista francés, Víctor Hugo, como un “signo peculiar de la barbarie”. Sin embargo, hace sólo una década atrás, se libró una serie de batallas sociales, legales y políticas para impedir la imposición de la pena capital federal en Puerto Rico. El 20% de los juicios de pena de muerte por el gobierno federal se hacían en Hato Rey.Uno de los grandes líderes de la lucha abolicionista reciente en nuestro país fue Edgardo Román Espada. Hoy, a seis meses de su fallecimiento y a sólo días de sembrar sus cenizas en esta tierra nuestra, ese quijote en la lucha contra la pena de muerte -y de tantas otras causas- es inmensamente extrañado.
El licenciado Edgardo Román estuvo entre quienes emprendieron una gesta de concertación nacional, comenzada desde el entonces Colegio de Abogados, dando vida a la Coalición Puertorriqueña contra la Pena de Muerte en 2005. La Coalición preparó la zapata para una campaña de muchas voces juntas, muy diversas, donde reinaron el respeto y la energía positiva.
El esfuerzo se enmarcó en la lucha grande por los derechos humanos: por la inclusión y la equidad; contra el discrimen y la marginación; por mejores sistemas de justicia y la resocialización; por elevar la calidad de vida de la ciudadanía -en especial de la clase trabajadora-; y por los derechos de las víctimas de delito. El entendido era, y es hoy, que cuando se vulnera un derecho humano, se laceran todos. La ruta fue elaborar un programa educativo comunitario, de cabildeo, y de presencia en las calles.
Además, se entendió la necesidad de llevar el mensaje de la lucha contra la pena de muerte fuera de nuestras costas. Primero, hacerle entender a las organizaciones abolicionistas hermanas en los Estados Unidos de la necesidad de trabajar por la abolición del Federal Death Penalty Act en el Congreso y Casa Blanca, así como atender a los boricuas condenados a muerte en los estados. Segundo, participar de organizaciones internacionales; denunciar el asunto de la pena de muerte en las Naciones Unidas, como parte del problema de la imposición colonial. La Coalición se unió al peregrinaje anual al Comité de Descolonización, mientras el Colegio se integró a los cuerpos directivos de la Coalición Mundial contra la Pena de Muerte. También se discutió el tema ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Finalmente, desde Puerto Rico, se promovió la creación de la organización abolicionista caribeña Gran Caribe por la Vida.
Hoy vemos el fruto de esos esfuerzos: en Puerto Rico no hubo condenas de muerte, no hay casos certificados de pena capital y existe un entendido generalizado para rechazar dicha opción, como lo refleja la aprobación unánime de la Resolución del Senado 1079 del 24 de abril de 2019, al conmemorarse los 90 años de la abolición.
Con sus alzas y bajas, el mundo está encaminado hacia la abolición de esta barbarie. Durante los últimos años, varios países del continente africano han abolido la pena de muerte; en las Naciones Unidas, el voto para promover una moratoria universal a las ejecuciones sigue ganando adeptos; en los Estados Unidos, menos de la mitad de los estados aplican la pena de muerte. Además, las organizaciones abolicionistas internacionales tienen mejores redes de comunicación para apoyar los trabajos de sus integrantes en diversas partes del orbe.
Quedan grandes campos por ganar. Las promesas de campaña de Biden para la abolición a nivel federal y la promoción de la abolición a nivel estatal parecen haberse hecho sal y agua. Las ejecuciones por delitos que no implican violencia, como en Singapur para el tráfico de drogas, siguen siendo un escándalo. La pena de muerte usada para la persecución política, como en Egipto, Irán y Arabia Saudí, es inaudita. Y la falta de información pública y confiable sobre las ejecuciones en China es uno de los grandes lastres para este país líder de la economía mundial.
Cada 26 de abril conmemoramos la abolición de la pena de muerte en nuestro país, y recordamos a quienes, como Edgardo Román, fueron quijotes enfrentando enormes molinos inamovibles, y emprendieron el difícil camino de defender la vida humana ante el poder arrollador del Estado.