Gramsci y el problema del partido, Parte 1

Por razones de espacio me vi obligado a dividirlo en dos partes (ADMIN).

Recuperado de Viento Sur

YOHANN DOUET

20 MARZO 2017

[A lo largo del siglo XX, el problema del partido revolucionario fue un tema central para los movimientos de emancipación, en particular para las diferentes corrientes que se reclaman del legado de Lenin (aunque también para las que negaban la necesidad de ese partido). Si el retorno de la crítica social ha vuelto a poner en el orden del día la necesidad de una ruptura con el capitalismo, la “forma-partido” ha sido declarada en crisis, por no decir en estado de muerte clínica, y el debate que asocia la estrategia revolucionaria con la construcción de un partido se ha cerrado sin que se interrogue realmente el vacío que ha quedado.

En este contexto, la referencia omnipresente a Gramsci –quien también se reclamaba de la tradición leninista– ha dejado caer en el olvido su elaboración relativa al partido revolucionario, cuestión que sin embargo es central en su pensamiento, en beneficio de una visión reductora de Gramsci como pensador de la hegemonía cultural (frente a un Lenin que, según se dice, no abordó este aspecto). Es este pensamiento gramsciano sobre el partido el que restituye Yohann Douet es este artículo, al tiempo que discute los grandes problemas y los posibles obstáculos que llevan asociados, y situándolo en los debates contemporáneos en materia de política de emancipación. Red.]

En el nº 13 de los Cuadernos de la cárcel, Gramsci califica el Partido Comunista de “Príncipe moderno”. Al igual que el Príncipe de Maquiavelo, su objetivo es fundar un “nuevo tipo de Estado” /1. Su misión, sin embargo, no se detiene ahí, y la analogía es limitada, porque el Estado proletario que se trata de establecer no es un fin en sí mismo. Al contrario, se entiende que este Estado ha de poner fin a la sociedad de clases y abolirse por tanto a sí mismo como Estado, dado que todo Estado está vinculado a un conflicto de clases. Esta abolición debe corresponder, en términos gramscianos, a la transición de un poder que descansa en última instancia en la “coerción” /2 a una “sociedad regulada” en la que el autogobierno será la regla. Por consiguiente, estamos lejos de la exhortación maquiaveliana a “mantenere lo Stato” /3. En otras palabras, la revolución proletaria debe conducir a un Estado paradójico: Lenin habla de un Estado “no Estado” /4 o de un “semi-Estado” /5 .

El Partido revolucionario también se ve necesariamente afectado por este carácter paradójico, pues se entiende que representa al proletariado, clase cuyo interés histórico es la superación de toda división de las sociedades humanas en clases. Por tanto, si cumple perfectamente su papel, el Partido está abocado a desaparecer. Gramsci lo afirma explícitamente en el Cuaderno nº 4:

Porque cada partido no es más que una nomenclatura /6 de clase, es evidente que para el partido que se propone anular la división en clases, la plena realización y cumplimiento consisten en dejar de existir, pues ya no habrá clases ni, por tanto, sus expresiones.

El fin del Partido, su objetivo último, es su propio final, su desaparición.

Para conseguir este fin paradójico, el Partido debe emplear medios que parecen contradecirlo. Para fundar un nuevo Estado, es decir, hacer la revolución, el Partido ha de luchar contra el Estado existente. Esto le lleva a adoptar una organización centralizada, disciplinada, incluso militarizada, que lo acerca peligrosamente a lo que combate. Tiene que aceptar lo que Gramsci considera “el hecho primordial, irreductible” en que se basa la ciencia y el arte políticos /7, a saber, la distinción entre dirigentes y dirigidos, entre gobernantes y gobernados. Sin embargo, por otro lado, quiere precisamente abolir esta distinción. La tensión entre el fin perseguido y los medios empleados se ve acentuada todavía más en la medida en que la organización centralizada y jerárquica corre siempre el riesgo de adquirir la condición, no ya de un mero medio, sino de fin verdadero: en este caso, el Partido no tiene otro horizonte que su propia perpetuación en la existencia y restablece finalmente la dominación, aunque de otra forma.

Examinada más de cerca, esta tensión entre la organización y la misión que se supone que ha de cumplir nos permitirá afirmar que el Partido revolucionario puede concebirse, en opinión de Gramsci, como una contradicción de hecho. Esta última solo puede gestionarse y regularse si la dirección consciente del Partido establece una relación dialéctica con la base, entendiéndose por tal tanto los y las militantes de base que son oficialmente miembros del Partido, como la base social de este último, es decir, la o las clases a que representa. En los Cuadernos de la cárcel y en ciertos escritos políticos anteriores al ingreso en prisión encontramos indicaciones más concretas sobre las condiciones en que esta dialéctica es posible. No obstante, hará falta examinar los límites de esta solución del problema del Partido: es incompleta en la medida en que pasa por alto diversas garantías de democracia interna y se apoya en supuestos amenazados de anacronismo.

Dirección y emancipación

  1. El modelo jerárquico

No cabe ninguna duda de que Gramsci se inscribe en la filiación leninista. Concreta su pensamiento en determinados aspectos y se aleja de él en otros, pero dicho pensamiento consta siempre en el horizonte de sus reflexiones. Aunque el pensamiento de Lenin –al igual que la lectura del mismo que propone Gramsci– se sitúa en las antípodas del “marxismo-leninismo” de Zinóviev y Stalin /8, y por tanto está lejos de poder reducirse a una pura concepción jerárquica y a un autoritarismo dogmático, está claro que Gramsci deriva de la teoría y de la práctica política del autor de ¿Qué hacer? la idea de que el partido debe estar centralizado y dotado de una dirección fuerte. Y ello por varias razones.

En primer lugar, constituye el principal factor de unificación de las masas, y para triunfar en la lucha de clases hace falta la unidad. Dado que esta no será fruto de una lógica inmanente a las propias masas, el Partido deberá ser monolítico. Además, en los tiempos cortos de la acción política es necesario contar con un conjunto reducido de dirigentes eficaces, pues únicamente estos pueden actuar y responder con gran rapidez y aprovechar los momentos oportunos, como hizo la dirección del partido bolchevique en las jornadas de octubre /9. En suma, de acuerdo con la concepción desarrollada por Lenin, particularmente en ¿Qué hacer?, solo un partido formado por “revolucionarios profesionales” bien formados puede llevar a cabo una verdadera lucha de clases política, dirigida contra el Estado y la sociedad de clases en su conjunto, y no tan solo una serie de luchas parciales, limitadas a un nivel principalmente económico.

Gramsci utiliza una metáfora militar para exponer su concepción jerárquica y dirigista de la organización. Cabe concebir esta última como una entidad formada por tres elementos: la base militante es comparable a la tropa obediente y disciplinada, que no puede ser eficaz si no la organiza un elemento intermedio; y estos dos primeros niveles están subordinados a un tercero, el de los “capitanes”. Este último nivel es el

que centraliza en el campo nacional, que hace volverse eficiente y potente a un conjunto de fuerzas que dejadas a sí mismas contarían como cero o poco más; este elemento está dotado de una alta fuerza cohesiva, centralizadora y disciplinadora, y también […] inventiva (si se entiende la inventiva en cierta dirección, según ciertas líneas de fuerza, ciertas perspectivas, ciertas premisas incluso). […] este elemento por sí solo […] no formaría el partido, sin embargo lo formaría más que el primer elemento considerado /10.

Una de las tareas fundamentales de estos dirigentes consiste en formar a otros dirigentes y en preparar de este modo su sucesión en caso de que desaparecieran (en particular si fueran encarcelados, como el propio Gramsci). Las exigencias organizativas comportan por tanto el riesgo de una inversión de los medios y los fines en la medida en que la perpetuación de la organización (en forma de sucesión de dirigentes) se convierte en uno de los objetivos principales de esta organización.

  1. La dimensión cultural de la actividad partidaria

Sin embargo, la función del Partido no se reduce a una función de dirección y de organización político-militar, sino que también debe cumplir, tal vez antes que nada, un papel educativo e intelectual. Lo que más importa en un partido “es su función, que es la de dirigir y organizar, es decir, una función educativa, es decir, intelectual” /11. Su labor política debe ser concomitante a un esfuerzo por elaborar, desarrollar y difundir entre las masas una nueva “concepción del mundo”. Esta última deberá basarse en una filosofía concreta y viva, capaz de organizar a las masas y llegar incluso a cambiar su modo de vida. Se trata, por supuesto, de la “filosofía de la praxis”, del marxismo como teoría viva y activa. El Partido, como “intelectual colectivo” /12, deberá poner en práctica, por tanto, una “reforma intelectual y moral” que refuerce la autonomía y la autoactividad de las masas populares, liberándolas de la dominación burguesa. En este sentido, la acción educativa del Partido tiene sin duda efectos directamente políticos.

La necesidad de esta dimensión cultural de la actividad del Partido marca claramente los límites del paradigma dirigista y jerárquico. La “difusión, por un centro homogéneo, de una manera homogénea de pensar y actuar” /13 es incompatible con una relación unilateral, de mando de tipo militar, que vaya de la cúspide a la base. La educación de las masas de que habla Gramci no puede ser una pura inculcación, sino que ha de tener en cuenta la adhesión y el consentimiento de aquellas personas a las que está dirigida.

Lo que es cierto para la difusión de una nueva concepción del mundo, lo es tanto más para su elaboración. Las teorías verdaderamente revolucionarias nacen de la educación recíproca de los intelectuales y las masas. Los intelectuales orgánicos del proletariado solo pueden elaborarla porque su ciencia se nutre de una comprensión de las masas, que a su vez únicamente es posible porque sienten sus emociones y sus pasiones más profundas /14. Se comprende entonces que la relación entre el Partido y las masas, del mismo modo que la relación entre los dirigentes y los militantes, no puede ser unilateral y debe hacer sitio a una dimensión de reciprocidad, a cierta dialéctica. Además, la emancipación intelectual de las clases subalternas no puede esperar a la victoria de la revolución proletaria, sino que ya es invocada por la actividad cotidiana del Partido.

  1. La prefiguración de la emancipación

Como demuestra la política cultural, el Partido debe proceder ya, aquí y ahora, a la emancipación que se propone llevar a cabo en el conjunto de la sociedad. En cierto sentido, el Partido debe ser la imagen de la sociedad que quiere construir. Dicho de otro modo, debe desarrollar una política prefigurativa. No es únicamente un instrumento que permite crear el comunismo, sino que se entiende que ha de ser un “islote de comunismo” /15 realmente existente. No es únicamente el agente que permite actualizar una posibilidad futura –la revolución proletaria–, sino también una actualización parcial de esa posibilidad en el presente. Esto es lo que parece afirmar el propio Gramsci en el preciso instante en que presenta su célebre analogía con el Príncipe de Maquiavelo:

El moderno príncipe […] puede ser solamente un organismo; un elemento de sociedad complejo en el cual ya comienza a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo viene dado ya por el desarrollo histórico y es el partido político, la primera célula en que se agrupan gérmenes de voluntad colectiva que tienden a hacerse universales y totales. /16

El Partido revolucionario parece por tanto encarnar, prefigurar, su propio objetivo, que consiste en unificar en una voluntad colectiva voluntades parciales de las clases subalternas. Por un lado, este objetivo es para él un medio de realizar su misión última: hace falta unir al proletariado, e incluso a las masas populares en general bajo la hegemonía del proletariado (el proletariado y sus aliados potenciales como el campesinado, la pequeña burguesía, etc.), con el fin de derribar la dictadura burguesa e instaurar el socialismo. En este sentido, el Partido es el organizador de una voluntad colectiva nacional-popular y, al mismo tiempo, “expresión activa y operante” /17 de esta.

Sin embargo, por otro lado, también cabe considerar que este objetivo es el fin último del Partido, a saber, la instauración del comunismo. En efecto, solo será posible alcanzar una voluntad colectiva total y universal si el Estado y la ideología burguesa dejan de fragmentar a las masas populares y si las contradicciones económicas (como las inherentes al modo de producción capitalista) dejan de desgarrar a la humanidad. Únicamente sobre la base de una organización económica no conflictiva, y una vez eliminados los aparatos políticos de las clases dominantes, cabe esperar de verdad que la humanidad se reconcilie consigo misma. Por consiguiente, decir que el Partido constituye la primera célula de una voluntad unificada es decir que en él ya se halla realizada –parcialmente y tan solo en su germen, desde luego– la misión que lo define.

La solución del problema inicial parece alejarse a medida que lo formulamos de manera más precisa. El Partido se caracteriza desde el comienzo por su objetivo paradójico, en el sentido de que implica su propia abolición. Su fin es en sí mismo un problema, pero este problema se complica cuando se examinan los medios para realizarlo. Para alcanzar este resultado, los medios más eficaces desde el punto de vista político-militar parecen estar vinculados al refuerzo de los aspectos jerárquicos y autoritarios de la organización: esta última corre entonces el riesgo de actuar con el único objetivio de reproducirse, y por tanto de perpetuar la separación entre dirigentes y dirigidos.

Desde un punto de vista cultural e ideológico, el Partido ha de tomar iniciativas, desarrollar una concepción del mundo coherente y difundirla de la forma más eficaz posible. Esta política tiene necesariamente aspectos centralizados y jerárquicos y retoma en parte la división entre los intelectuales y el resto de militantes. Ha de ser mucho más flexible que lo que podía inferirse del modelo militar. Por tanto, hay que comprender cómo el Partido puede caracterizarse por una dirección extremadamente firme, sin sacrificar por ello la relación flexible y profunda que mantiene con las masas.

El problema puede formularse en un tercer nivel si se considera que uno de los medios requeridos para alcanzar el fin propuesto es la prefiguración de este: el Partido, en su misma forma organizativa, debe ser el anticipo realmente existente de la posible emancipación. Cuando defendía esta idea, Gramsci solo evocaba la unificación de las voluntades, lo que aparentemente limitaba la dificultad de su tesis. Pero el objetivo final del Partido no es una “unificación” de las voluntades comprendida en un sentido fiable, a modo de alianza táctica o coincidencia accidental de opiniones. Es la verdadera unificación del género humano mediante la resolución de las contradicciones que lo desgarran. Ahora bien, esta unificación no es más que otra denominación del comunismo comprendido en toda su plenitud, que implica la abolición de la división del trabajo y un verdadero autogobierno democrático. Parece harto difícil concebir que una organización pueda prefigurar realmente un fin semejante, pero Gramsci nos aporta una serie de elementos para hacerlo.

http://www.anti-k.org/2017/03/11/130427/

Traducción: viento sur

Notas:

1/ C13, §21. Citamos los Cuadernos de la cárcel en la edición Gallimard (París, 1978-1996). De acuerdo con las normas de citación vigentes, indicamos el número del cuaderno detrás de la letra C, seguido del número de la nota (precedida del signo §). [N. d. T.: La traducción de las citas en castellano está tomada de la coedición de Ediciones Era y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (México), con traducción de Ana María Palos.]

2/ “Destacamento especial de hombres armados”, como dice Lenin en El Estado y la revolución”.

3/ “Mantener el Estado”, cf. El Príncipe, capítulo XVIII.

4/ “Un nuevo libro de Vandervelde sobre el Estado” http://bitacoramarxistaleninista.blogspot.com.es/2014/01/anexo-ii-un-nuevo-libro-de-vandervelde.html

5/ Cf. El Estado y la revolución.

6/ Lo que significa que cada partido corresponde, en última instancia, a una sola clase.

7/ C15, §4.

8/ Fue en 1924 cuando Stalin (en particular en su conferencia publicada después bajo el título de Los principios del leninismo) y Zinóviev (que era presidente de la Internacional Comunista en la época de su V Congreso) comenzaron a resumir el “leninismo” oficial en unas cuantas fórmulas dogmáticas.

9/ Este espíritu de iniciativa y esta firmeza en la acción se echaron cruelmente en falta durante el movimiento de los Consejos de Fábrica (1919-1920) en Italia, un movimiento que no contó con el apoyo del Partido Socialista Italiano (PSI), salvo el pequeño grupo organizado en torno a Gramsci y a la redacción del semanario Ordine Nuovo. Esta dejación o incluso traición por parte del PSI fue una de las razones que llevaron a Gramsci a promover la escisión con los socialistas y a participar en la fundación del PCI en el Congreso de Livorno de 1921, a fin de forjar una organización realmente revolucionaria.

10/ C14, §70.

11/ C12, §1.

12/ Esta expresión, que no aparece literalmente en los textos de Gramsci, es obra de Palmiro Togliatti, aunque respeta sin duda el espíritu del revolucionario sardo.

13/ C24, §3.

14/ C11, §67.

15/ Tomamos prestada esta expresión de un texto tardío de Louis Althusser, que nos parece que aclara la concepción gramsciana:

“El comunismo no es solamente una tendencia objetiva de la lucha de clases que ya está inscrita en la historia actual, sino que ya existe en el mundo de los islotes de comunismo: allí donde ya no imperan relaciones mercantiles, por ejemplo en las asociaciones libres (siempre que sean efectivamente libres, es decir, democráticas, pues la supresión de las relaciones mercantiles no es más que una condición negativa), los partidos comunistas o los sindicatos obreros, o incluso en otras comunidades, por ejemplo religiosas, cuando participan en la lucha de clases. Sin duda se podrá objetar que el comunismo solo existe en la deología, y parcialmente en la política, y que está aislado en estas esferas, pues no ha ganado todavía la esfera de la producción; pero también existe algún comunismo, aunque sea en una forma dominada por la relación de explotación capitalista, en determinadas cooperativas de producción, islotes aislados en el mar del capitalismo, es cierto, pero que al menos son la prueba de que existe al menos otra posibilidad que no sea la relación de producción capitalista. No, el comunismo no es una utopía, sino una realidad sumamente frágil que ya existe en nuestra sociedad.” (Louis Althusser, Les Vaches noires, París, PUF, 2016, pp. 264-5).

16/ C13, §1.

17/ C13, §1.

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