La sabiduría popular brasileña
Si se piensa en perspectiva histórica, llevamos treinta años viviendo una situación adversa. La mayoría de la clase obrera, incluso en los países en los que la industrialización ya ha permitido la configuración de una clase obrera significativa, ni siquiera abraza la esperanza del socialismo. Y el internacionalismo revolucionario es una corriente superviviente, pero muy minoritaria o, incluso, políticamente marginal. Toda esta dinámica de desintegración es una de las consecuencias de la derrota histórica que supuso la restauración del capitalismo y el fin de la URSS.
La importancia teórica del tema de las derrotas históricas que imponen enormes obstáculos en tiempos de la lucha revolucionaria sigue siendo un reto teórico para el marxismo. Las dos olas revolucionarias del siglo XXI, en Sudamérica y en el mundo de habla árabe, fueron interrumpidas y derrotadas. No era la primera vez que los triunfos democráticos nacionales tenían resultados desfavorables.
La derrota de la revolución alemana a principios de los años veinte del siglo pasado fue cualitativa para el aislamiento de la URSS. Por tanto, en el mundo en que vivimos, no es posible defender la política revolucionaria sin defender el internacionalismo. Pero tampoco es posible la defensa de una política internacionalista si no es revolucionaria. Son indivisibles.
La situación actual de Venezuela es un ejemplo de este dilema. Ser internacionalista significa posicionarse en el campo militar del gobierno de Maduro contra el imperialismo. Pero solo es internacionalista, en consecuencia, quien defiende la ruptura con el capitalismo. En Venezuela, tras más de veinte años de intentos exasperados por evitar la ruptura, cualquier proyecto que no sea anticapitalista está condenado al fracaso. La degradación de las condiciones de vida de las amplias masas es irrefutable e insostenible. No hay futuro para una utopía nacional-desarrollista en el siglo XXI, ni siquiera con las mayores reservas de petróleo del mundo. Cuando no se avanza, se retrocede.
Sin embargo, debemos preguntarnos por qué las ideas internacionalistas siguen siendo minoritarias. El punto de partida es no engañarnos a nosotros mismos. Por ejemplo, admitir que estamos en condiciones tan adversas que son incluso peores que las que vivían los internacionalistas de la II Internacional, en minoría, antes de la victoria de la Revolución de Octubre.
Reconocer esta situación subjetiva no nos disminuye, ni nos debilita. Al contrario, nos fortalece. La angustia es un privilegio de la lucidez. Nuestra apuesta es que las próximas crisis del capitalismo serán mayores que las que quedaron atrás. Confiamos en la clase trabajadora.
El proletariado del siglo XXI es objetivamente más poderoso que el del siglo XX. No lo sabe, pero es más grande, más concentrado, más educado, más influyente, aunque mucho más diverso o menos homogéneo, y el destino de sus luchas es atraer a la mayoría de las y los oprimidos al campo anticapitalista.
Resistirá, y veremos luchas más fuertes que las del pasado. Y en la lucha de clases, las fuerzas minoritarias pueden convertirse en mayoritarias, incluso rápidamente, cuando están a la altura de las circunstancias. Las ideas cuentan. Las ideas poderosas son extraordinariamente atractivas. Si estamos a la altura de los acontecimientos, nuestras ideas allanarán el camino.
El problema es explicar por qué, casi cien años después de la victoria de la Revolución de Octubre, los reformismos, en sus diferentes variantes nacionales, tienen tanta influencia. Tenemos que actualizar la teoría marxista para explicar la longevidad de los reformismos.
Históricamente, la explicación marxista fue la división de la clase obrera por la acción de la socialdemocracia y el estalinismo. Recordemos cuáles fueron los fundamentos de la influencia de estos aparatos. La teoría leninista de la aristocracia obrera. presentada al estallar la Primera Guerra Mundial en el ensayo La quiebra de la Segunda Internacional, es una referencia ineludible. Esta teoría pretende explicar por qué las organizaciones construidas en el periodo histórico anterior, la socialdemocracia europea, habían resultado, en su mayoría, infecundas.
Lo que tenemos que preguntarnos es si sigue siendo satisfactoria. ¿Sigue siendo válida? ¿Qué dice la teoría de la aristocracia obrera? Dice que en la época imperialista una fracción minoritaria de la clase obrera de los países centrales, una capa o casta privilegiada, recibe una parte de los beneficios que “caen de la mesa del banquete” del reparto del mundo por parte del capital.
La hipótesis de Lenin es como si la aristocracia obrera fuera una corteza, como las placas tectónicas del planeta, y debajo hubiera un enorme magma de lava revolucionaria. Bastaría que la crisis del capitalismo, por un lado, y la intervención decisiva de los revolucionarios, por otro, rompieran la corteza y se abriera el camino para la erupción volcánica. El magma estaría allí. La época del imperialismo no tendría forma de ser estable. Sería una época de guerras y revoluciones. La socialdemocracia tendría contados sus días de influencia mayoritaria, porque la posibilidad de reformas o de regulación del capitalismo sería efímera.
La movilidad social sería cada vez menor. La posibilidad de realizar reformas progresivas sería cada vez más estrecha. La cuestión de la longevidad del estalinismo nos obliga a recordar el resultado de la Segunda Guerra Mundial y su fortalecimiento en la lucha contra el nazifascismo, y la permanencia de su influencia durante la Guerra Fría o la coexistencia pacífica.
Pues bien, han pasado más de cien años desde 1914, treinta años desde la caída del Muro de Berlín, y los reformismos siguen siendo muy influyentes, aunque con nuevas formas. Por lo tanto, la primera cuestión es si nuestras explicaciones socio-históricas siguen siendo válidas o no. En segundo lugar, debemos preguntarnos si son adecuadas para analizar los proletariados de los países periféricos, constituidos en su mayor parte después de la Segunda Guerra Mundial, algunos solo en los últimos treinta años.
No es precipitado concluir que estos pronósticos eran al menos parcialmente erróneos. Subestimamos la capacidad del capitalismo para sortear sus crisis. Subestimamos la posibilidad de reforma en los países centrales. Subestimamos la posibilidad de estabilizar los regímenes democráticos en los países periféricos, especialmente en América Latina.
Sabemos que los partidos son organizaciones que luchan por el poder y representan los intereses de clase. Esto se remonta a los fundamentos de la existencia del movimiento obrero y al propio surgimiento de la corriente marxista. La explicación de las dificultades y divisiones en la representación de los que viven del trabajo se basa en la triple condición específica del proletariado.
A menudo no damos el debido valor a esta triple condición que define la existencia de la clase obrera. La clase obrera está explotada económicamente, oprimida socialmente y dominada políticamente. Nunca en la historia de la humanidad ninguna clase que haya vivido circunstancias similares de inserción social se ha planteado un proyecto para dirigir la sociedad. No sería razonable tener expectativas simplistas, ingenuas y, por tanto, ligeras para este proyecto. Debemos ser realistas.
Una clase que vive esta triple condición tiene necesariamente una heterogeneidad política en su seno. Esto es así porque solo es posible unir a la mayoría del proletariado en torno a un proyecto anticapitalista muy excepcionalmente, en condiciones extraordinarias, es decir, en circunstancias en las que se abre la posibilidad de la lucha por el poder.
En las condiciones normales de existencia de la clase obrera, teniendo en cuenta las diferenciaciones internas de la misma, inevitablemente prevalece el proyecto reformista de luchar por disminuir las condiciones de explotación. Mientras no se abra una situación revolucionaria, las ideas revolucionarias siempre son minoritarias entre los trabajadores y trabajadoras.
Debido a que nuestro proyecto tiene prisa, a menudo somos víctimas del autoengaño y nos equivocamos en nuestra percepción de lo que es la relación de fuerzas social. Las grandes masas solo luchan con disposición revolucionaria cuando están convencidas de la inminencia de la victoria. Los militantes pueden y deben tener horizontes más amplios.
Este proceso ha tomado y tomará diferentes formas en diferentes sociedades. Estas diferencias se explican por la combinación de muchos factores. Depende de la mayor madurez objetiva y subjetiva de las clases trabajadoras. Lo que a su vez se corresponde con la etapa de desarrollo económico y social del capitalismo en cada región del mundo.
La representación política de los trabajadores y trabajadoras no puede ser realizada por un solo partido. Como era de esperar, las tendencias más moderadas quieren reformar el capitalismo y las más radicales quieren eliminar las causas de la opresión, la explotación y la dominación. El apoyo mayoritario a los reformistas no se explica porque defiendan la regulación del capitalismo o porque sean más maduros, prudentes o cautelosos. Se basa en la experiencia práctica incompleta de los grandes batallones de la clase obrera con el capitalismo.
No existe un gobierno mundial, pero sí un orden mundial imperialista
Resulta que todavía estamos en un grado de abstracción muy alto. Útil para explicar por qué hay varios partidos obreros en lucha entre sí. Pero es insuficiente. Por dos razones. En primer lugar, porque el instinto de poder no se desarrolla espontáneamente entre los trabajadores. Hay que introducirlo desde fuera hacia dentro. Esto ha demostrado, en innumerables experiencias históricas, ser especialmente difícil.
En segundo lugar, porque no explica por qué es necesario construir un movimiento o partido a escala internacional. Lo que justifica la existencia de esta forma de partido, una Internacional, es un análisis que parte de otros considerandos. El considerando fundamental es que no es posible ganar en la lucha por el poder sin una herramienta de lucha adecuada al análisis de quién es el enemigo.
El enemigo es el Estado capitalista. Pero si es cierto que los Estados son nacionales, es igualmente importante saber que los Estados han adoptado, en los últimos siglos, la forma de un sistema internacional de Estados. No existe un gobierno mundial, pero sí un orden mundial imperialista.
Cualquier proyecto que ignore la fuerza del Estado capitalista, sus bases sociales de apoyo que son nacionales, pero también internacionales, es una aventura que condena a las y los trabajadores a la derrota desde el principio. Una burguesía nacional puede gobernar con el apoyo del 20% de la población o incluso menos; incluso puede gobernar con estabilidad política, siempre que tenga apoyo internacional. Esto es lo que ha demostrado toda la experiencia histórica.
La lucha entre las tendencias reformistas y las tendencias revolucionarias también es inexorable en defensa del internacionalismo. Esto es el ABC. Pero aquí viene el problema. La lucha de la clase obrera se desarrolla dentro de las fronteras nacionales. Al igual que el instinto de poder, el internacionalismo es un programa que depende, esencialmente, de un conjunto de experiencias acumuladas que hay que defender desde fuera hacia dentro del movimiento de masas en lucha. Hasta la fecha ha resultado muy difícil; dramáticamente difícil, pero no es imposible.
Valerio Arcary es militante del PSOL (Brasil)
Traducción: viento sur