Escrito originalmente para El Nuevo Día y recuperado
para esta página de la revista Nueva Pensamiento Crítico, 11 de marzo de 2023.
Por: Edgardo Rodríguez Juliá
(Nueva Pensamiento Crítico publica en nuestra sección “Debate” esta columna publicada hoy en El Nuevo Día para el análisis crítico de nuestros lectores.)
Siempre presentí que aquel “ideal”, lo mismo que la anexión, contenía una antigua terquedad. El autonomismo, y cierto civismo transaccional, caracterizó nuestra política decimonónica. Pero eso lo pensé después, y muy a pesar de que cuando leí en la adolescencia la novela Los derrotados, de César Andreu Iglesias, entré a una especie de fe secular, el llamado “independentismo”. Más adelante, cuando alguna vez tertulié con Don Juan Antonio Corretjer, en su casa de Guaynabo, durante los años sesenta, aquél se quejaba de que el P.I.P. no estuviese adelantando la independencia “ni con las balas, ni con los votos”. Gran ilusión aquella, porque los puertorriqueños jamás hemos luchado por la Independencia; el nacionalismo albizuista fue, como bien decía uno de mis profesores, “una mutación del alma puertorriqueña”. Don Juan Antonio señalaba que el Estado Libre Asociado fue posible mediante las balas de los nacionalistas. En eso le concedía y le concedo algo de razón. Otro mentor me aseguraba que ya hacía tiempo que para él ser independentista había dejado de ser prueba de excepcionalidad moral, o intelectual. Otro gran profesor de ciencias políticas, extranjero, socialista fabiano, muñocista, era aún más tajante: todos los independentistas que había conocido estaban locos.
Había entrado a la Universidad de Puerto Rico en 1964, año de los primeros grandes disturbios universitarios desde la huelga estudiantil de 1948. En esa época también leía Dubliners de James Joyce, libro publicado en medio de la guerra de liberación de los irlandeses contra el Imperio Británico -inspiración para el nacionalismo de Albizu Campos-, y por ningún lado aparecía en aquel libro, que tan fielmente retrataba aquella sociedad colonial, la palabra “colonia”, vocablo que eventualmente reconocí como la favorita de casi todos los puertorriqueños.
Protestando contra la guerra de Vietnam, me enlisté en una asociación de estudiantes independentistas. Invitamos a Don Juan Antonio Corretjer a hablar en la Universidad de Puerto Rico. Tratamos de reclutar para que lo presentara a una profesora de Historia de Puerto Rico, nacionalista; pero la eminente historiadora no quiso: “Si ustedes lo invitaron, ustedes lo presentan”. Todavía resonaban en la Casa de Estudios de Don Jaime Benítez los ecos de la infame Ley de la Mordaza. El valiente profesor y narrador, Edwin Figueroa, terminó presentándolo. Para los nacionalistas de la boca pa’ fuera, como la eminente historiadora, Don Juan Antonio Corretjer, antiguo confidente de Albizu Campos y compañero de prisión, no había protagonizado la máxima prueba de valor y sacrificio; se había negado a participar en la Revuelta Nacionalista de 1950. Reconocí que yo pertenecía a una tribu; me di cuenta de que había más jefes que indios.
Me tropecé con el lado reaccionario y derechista del independentismo. Uno de mis profesores, perteneciente a una familia distinguida de intelectuales independentistas, un día proclamó en clase: “La Guerra Civil Española fue una guerra entre el comunismo y la democracia, y ganó la democracia”. Franco aún no había muerto. Aquello era como un vago eco del nacionalismo que, aunque no simpatizó abiertamente en aquella guerra civil con el franquismo, ni tampoco con el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, quiso mantener cierto grado de parcializada neutralidad, por aquello de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Reconocí el antiamericanismo crudo de muchos independentistas, la obsesión paranoica con el “imperialismo yanqui”, lo que lleva a muchos a favorecer sordamente la Rusia de Putin en la guerra de Ucrania, observar con silencio cómplice las dictaduras del Partido Comunista Cubano, Daniel Ortega y Nicolás Maduro.
Hacia principios de los años setenta el independentismo se vinculó con la izquierda fidelista. El Movimiento Pro-Independencia -luego P.S.P.- logró que la gente, a la mera mención de ¡Mari Bras!, exclamara “¡Jesú Manífica!”. Para las elecciones de 1972, el Partido Independentista Puertorriqueño abarrotó el Estadio Hiram Bithorn, desfilaron pancartas con las efigies de Ho Chi Minh, Fidel Castro, el Che Guevara, todo el santoral comunista, sus veneradas estampitas. El P.I.P. no quedó inscrito, ¡nuevamente!, en las elecciones de ese año, ello a pesar de que Rubén Berríos había cogido cárcel por la lucha para sacar la marina de Culebra. Aquel Bithorn abarrotado quizás dio pie al mote de los llamados “melones”, “verdes por fuera, rojos por dentro”. Las gradas estaban llenas de populares.
En 1973, a Don Jaime Benítez, y siendo Comisionado Residente en Washington, le tocó ser instrumental en la llegada de los “cupones de alimentos”, el actual P.A.N. Don Juan Antonio Corretjer me llamó por teléfono para preguntarme, “porque yo era novelista”, sobre esa legislación del llamado “imperio bobo” con la notoria “cadena larga”. Fui franco, le dije lo que pensaba, opinión en aquel entonces menos informada y que hoy ha resultado profética: “La Independencia cada vez está más lejos”. Estoy seguro de que, siendo aún joven, fui todavía más terminal y tajante. Don Juan, uno de mis queridos mentores, y siendo poeta, vivía en la irrealidad de una épica en que su perfil estaba puesto en la Historia, digno de aquel santoral que desfiló en el Bithorn.
Ya hacia aquel entonces había empezado a cuestionar algo que por colegiación se nos había transferido a toda una generación de universitarios independentistas, y que nacidos a mediados de los años cuarenta del pasado siglo, convertimos el nacionalismo albizuista en leyenda y la redención de la patria en deber; teníamos una actitud de superioridad moral e intelectual. Mientras los independentistas ostentábamos mártires en Lares, en la Revuelta del cincuenta y héroes en las luchas contra la Marina en Vieques y Culebra, y, además, todos los poetas del país, los artistas y también muchos de los cantantes populares eran independentistas, los patéticos anexionistas sólo tenían un lingüista de algún renombre, Washington Lloréns, aunque sí algunos historiadores y universitarios distinguidos. Preferíamos obviar las virtudes políticas y morales de José Celso Barbosa.
Algo que no vivimos con la claridad que hoy podemos tener -tema para historiadores- es la guerra entre lo que mi madre llamaba “los primos hermanos”, es decir, populares e independentistas: La Academia Puertorriqueña de la Lengua Española fue fundada a mediados de los cincuenta por Samuel R. Quiñones y Salvador Tió, intelectuales afiliados al Partido Popular, ello con la sorda oposición del bunker independentista del Departamento de Estudios Hispánicos de la U.P.R. El Instituto de Cultura Puertorriqueña se funda en 1955 con la oposición del Partido Independentista Puertorriqueño. El Partido Popular Democrático auspiciaba el nacionalismo cultural, Muñoz Marín se ufanaba de vadear el odio y el resentimiento del independentismo dándoles trabajo a sus escritores e intelectuales en el Instituto de Cultura, la División de Educación de la Comunidad, la Universidad de Puerto Rico, desde Ricardo Alegría pasando por René Marqués y recalando en un joven profesor de Derecho, Rubén Berríos Martínez.
De la fe pasé a ser víctima de su fanatismo: A causa de la publicación de mi libro sobre Muñoz Marín, Las tribulaciones de Jonás, fui “cancelado” por la intelectualidad sectaria y bien pensante del semanario Claridad. En su madurez Rosario Ferré se confesó estadista años después de haber proclamado su rebelde juventud independentista; escribió la magnífica novela en inglés The House on the Lagoon y ya fue considerada traidora. José Luis González osó criticar el independentismo albizuista y fue sometido también a un “asesinato de carácter” por la jefatura de izquierda. Recientemente Mayra Santos Febres manifestó haberse desligado de su ideal independentista.
Prefiero pensar que la coalición del Partido Independentista Puertorriqueño con Victoria Ciudadana, representada por sus jóvenes líderes Manuel Natal y Juan Dalmau, es una especie de reconciliación histórica entre los “primos hermanos” puertorriqueñistas, porque para mí sería como haber pasado de la fe, a través del escepticismo, a una especie de mediocre razonabilidad, una resignación envejeciente y cautelosa.
A 7 de marzo de 2023, en San Juan