La formación del revolucionario: Lenin y los bolcheviques

Recuperado de: ESPAIMARX

¿Cómo se forma entonces un militante político? ¿Cuál es el punto de vista del revolucionario? ¿Cuál es la relación entre teoría y práctica, espontaneidad y organización? ¿Cuál fue la educación de Lenin y los bolcheviques? De todo esto habló en Módena, Italia, Guido Carpi, profesor de literatura rusa en la Universidad de Nápoles, autor de una reciente biografía de Lenin en varios volúmenes.

Cuando pensé ocuparme de estas cuestiones, desde el principio decidí hablar del Lenin revolucionario. Primero, porque es muy difícil escribir la vida de un hombre que se convierte en el fundador de un Estado, porque evidentemente su biografía se convirtió en parte de la historia de su país; luego, pensé, y sigo pensando, que todos necesitamos, más que nada, conocer a Lenin antes de la revolución, especialmente sus primeros pasos.

Casi no hace falta fomentar la lectura de la historia de Octubre y su epopeya: es fácil e incluso emocionante. Lo que creo, que más necesitamos en este momento, es la parte de la historia menos conocida: ¿que hicieron los bolcheviques cuando eran débiles? ¿Cuando la hegemonía de hierro estaba en manos de otros? De hecho, si se mira más de cerca, hay muchos aspectos que se asemejan al escenario contemporáneo: la necesidad de un «grupo pequeño y compacto» capaz de reinventar las herramientas de lucha; el problema de asumir los riesgos más agudos durante las crisis del grupo, el ocaso de un ciclo revolucionario; y finalmente, una nueva guerra a las puertas.

Por supuesto, tampoco hay que llevar demasiado lejos esta similitud, porque como también se ha dicho, muchas cosas son claramente diferentes, tanto en el contexto macrosocial como en la psicología de los actores: aunque sólo sea porque, y aquí radica lo más interesante, no sabían y no sabemos cómo va a acabar los procesos de crisis.

La mayor dificultad para escribir sobre estas cosas reside precisamente en adoptar la perspectiva de los personajes, sus dudas, sus incógnitas. Paradójicamente, sólo prescindiendo de los acontecimientos somos capaces de captar cómo razonaban, cuál era su método y cómo construían una lógica. De lo contrario, resulta natural mirarlo todo desde el final, como si hubiera un plan divino. Espero que nadie aquí lo crea de esa manera, eso de «todo por etapas para llegar a…»

Al contrario, para los bolcheviques, todas las etapas estratégicas y tácticas eran respuestas a problemas del momento. Aventuras, pues, que en la práctica y en la teoría abrían perspectivas imprevisibles para el propio Lenin. Al fin y al cabo, como le gustaba repetir, la historia avanza en zigzag.

Para entender esa posición, es esencial ahondar en su correspondencia privada, una sección de sus obras completas que nadie lee nunca, entre otras cosas porque estamos hablando de diecisiete volúmenes de 700-800 páginas cada uno. Durante años y años, aproximadamente a partir de 1960, se recopilaron todas las cartas que Lenin, gracias al trabajo que realizo su esposa Nadežda Krupskaya que guardó la correspondencia con militantes en el extranjero y en Rusia. Miles y miles de densas páginas, desde las que emerge en blanco y negro de cómo Lenin afrontaba cada momento y cada crisis. Ahí reside lo más valioso. Tal y como yo lo veo, la experiencia de los bolcheviques puede tomarse como modelo no tanto por lo que hicieron (es imposible reproducirlo en el mundo actual y no tiene sentido repetirlo), sino por cómo intentaron resolver los problemas.

En cuanto al jovencísimo Vladimir Ilich (o Volodja, como le llamaban en casa), el 50% se debió a su poca ambición de «llegar a ser el líder», y el otro 50% a cómo le moldearon las circunstancias. Nada excepcional: todos crecemos en una época en la que intentamos poner nuestra impronta, pero que a su vez nos condiciona. Así, si observamos la Rusia de aquellos años, encontramos un país con contradicciones muy fuertes.

Un país en el que se estaba desarrollando un capitalismo rapaz (que Lenin fue uno de los primeros en estudiar), pero todavía con una estructura básica predominantemente agraria; un país atrasado que llevaba siglos intentando desesperadamente mantenerse a la altura de sus competidores europeos, sobre todo militarmente, explotando sin piedad al campesinado.

Quizá pueda decirse que sobre esta observación descansa una de las principales intuiciones del Lenin maduro: cuando estalló el 17, si a las clases obreras se les confiaba la tarea de la vanguardia para ganar la hegemonía, el grueso de la masa rebelde se construiría sobre el campesinado. No es casualidad que los mencheviques y otros marxistas subestimaran al campesinado sólo para después retractarse cuando el juego había terminado. No entendieron su función como fuerza de choque para derribar al Estado.

Pasemos entonces a otro punto importante, a saber, que los bolcheviques estaban al final de un ciclo político. Esto es cierto. Por supuesto, la revolución no empezó con Lenin, ya había habido una época gloriosa de revolucionarios, los narodniki, los populistas (traducción de una palabra que significa «servicio al pueblo», nada que ver con los populismos de ahora) y los socialistas de las más diversas tendencias y grados de radicalismo. Los populistas eran sobre todo personas cultas convencidas que aquellos que habían estudiado, debían todo «al pueblo», a un pueblo que había sufrido durante siglos. El único deber de un hombre culto era ayudar a ese pueblo a redimirse.

A esta una convicción también llegó a Lenin, directamente de su familia. Su padre, por ejemplo, lo hizo fundando escuelas, situándose en el ala más moderada del populismo; pero, tras el atentado contra el zar en 1881, se cerraron todas las escuelas por considerarlas focos de librepensamiento. La gravedad del fracaso populista es tal que sufre un derrame cerebral y muere. Su hermano Aleksandr, en cambio, intenta la vía más radical. Se une muy joven a algunos grupos terroristas, intenta organizar el asesinato del próximo Zar, y es atrapado antes que lancen el atentado. Y así, cuando Volodia (Lenin) está preparándose para su graduación del instituto, le llega la noticia del ahorcamiento de su hermano.

Aunque siempre seguirá siendo deudor del populismo, en este momento Vladimir comprende que hay que organizar las cosas de otra manera. Es decir, comprende que uno no puede limitarse a un reformismo a la baja, conformándose con lo que hay, o a un juego de policía y rebeldes tratando de quién mata primero a quién (porque simplemente pondrán a otro Zar y de todos modos no llegarás muy lejos).

El joven Lenin, por lo poco que se ha podido reconstruir, es sin duda un joven marcado, en muchas cosas se parece a mis veinte años: escapadas con sus amigos a orillas del Volga, competiciones para ver quién bebía más cerveza y sobre todo lecturas. Desprevenido, confuso, pero formativo.

Todavía hoy, sabemos muy poco de su vida cotidiana – al fin y al cabo, es a través de estos elementos como una persona se hace comprensible cuando se expresa en sus formas más elevadas -, sabemos muy poco porque su biografos intentaron borrar parte de ella. Quizá porque no se prestaba hacer de él un «apóstol» político, quizá porque el «chico malo» no encaja en el imaginario del socialismo oficial… ¿quién sabe?

El caso es que hojeando las memorias de sus camaradas publicadas en los años 20 y comparándolas con las reediciones (de cinco o seis años después) vemos que todas las partes más interesantes, más bellas, más vivas, donde están las cosas que dan más sentido al hombre, han sido recortadas. No hablemos entonces de sus obras publicadas en vida: por una parte hay una cantidad monstruosa de material (en ruso hay 75 volúmenes), por otra parte está todo el refrito hecho para construir la «santa imagen» del revolucionario.

Volviendo a nosotros, lo primero en todo caso que hizo Lenin de joven fue plantear el problema del fin del ciclo del populismo, es decir, ese doble cuerno de reformas civiles y terrorismo. Terrorismo qué, ojo, estaba perfectamente justificado hasta aquel momento, algo que el propio Lenin también pensaba. Pero con el fin de ciclo revolucionario considero a esos actos ineficaces a nivel estratégico.

Siempre pensó que la violencia tenía que ser organizada y que la violencia individual no servía para nada, pero, cuando un tirano se iba al garete se frotaba las manos de gusto. En realidad, el terrorismo populista tenía un amplio consenso entre los oprimidos. No es casualidad que, a pesar de sus limitaciones inherentes, los populistas siguieran existiendo a lo largo de las décadas como fuerza alternativa a los socialistas rusos, a los marxistas, los socialdemócratas, los bolcheviques y los mencheviques; y por el otro lado, los esery, es decir, los «socialistas revolucionarios» que procedían del populismo (léase: política dirigida a los campesinos, al espontaneísmo y sobre todo a las bombas, muchas, muchas bombas contra los ministros). Tampoco sorprenderá que en 1905-1906, los Esery y los bolcheviques compartieran talleres para la fabricación de explosivos. Luego cada uno hizo con ellos lo que quiso y buenas noches.

Otra cosa interesante del primer Lenin fue su capacidad para leer a Marx, pero desde el principio intentando aplicarlo a la situación de Rusia, un país que Marx nunca había imaginado como el detonante de una revolución mundial.

Según el marxismo, digamos «clásico», la revolución no estallaría en un contexto industrial atrasado. Además, en el plano social, «el moro» veía a Rusia supuestamente como una ciudadela de la reacción. En cambio, Lenin estudió de verdad, sumergiéndose en la observación y construyendo de la nada una macrosociología de su terreno de lucha. La cantidad de cosas que era capaz de hacer es increíble, a veces me pregunto cuándo dormía. Leyendo, observando y conversando con los trabajadores, sondeando la economía de un país sin límites. Así descubre cómo se desarrolla un capitalismo moderno, no en contraste con el mundo agrario, sino más bien incrustado en ese mundo arcaico, brutal, con formas de intimidación para-mafiosas.

Así que, como Lenin, si queremos actuar sobre un complejo social, lo primero que tenemos que hacer es comprender exactamente lo que está pasando, aquí y ahora, sin importar las teorías de moda. Y luego, por supuesto, se necesitan militantes. Pero, Lenin, también se da cuenta, desde el principio de que los militantes no están en cualquier sitio, y no basta con ir a buscarlos, pescarlos uno a uno: hay que crear militantes, sobre todo los que se necesitan en una etapa determinada. En efecto, nos encontramos en un periodo bastante delicado, que concluye con la publicación del ¿Qué hacer? – pero antes un pequeño preámbulo, sobre todo para los más jóvenes.

Leer a Lenin no es fácil. Todos sus textos, salvo un pequeño puñado, están escritos por razones contingentes y específicas, y por tanto impregnados de polémicas momentáneas sobre cuestiones sobre las que a menudo no sabemos nada. No mencionemos su repetitividad o su pesadez. Ciertamente, no son textos estrictamente teóricos, con fórmulas aplicables a todas las situaciones de la vida. Lenin nunca habría hecho eso.

Si, como hemos aprendido, las teorías nacen de la práctica y se deduce cuando fijas sobre el papel las ideas que te vienen a la cabeza, estas ideas necesariamente están saturadas por lo que estás haciendo. Imaginemos, por ejemplo, después de un ciclo de luchas, aquí en Módena, escribes un libro que se llama algo así como «Módena y la revolución». Pues muy bien. Evidentemente estará lleno de polémicas contra camaradas de otros grupos, de referencias más o menos veladas a cosas que has vivido, y en el fondo no entenderás nada. Aquí, en esto seríais leninistas de escritorio, de manual.

Esto se debe a que la teoría debe fluir, debe ser la síntesis, el jugo de la lucha. No hay teoría sin lucha. Al principio fue la lucha, de ella fluye la teoría y al mismo tiempo la práctica en la organización. Creo que Lenin nunca dijo esto en una formulación tan esquemática. Para él es un hecho indiscutible.

Así volvemos al problema de la formación. No es que los militantes, hasta ese momento, no estuvieran allí; en todo caso, el problema era que «tipo» de militantes Eran casi todos de clase culta ( en Rusia en aquel momento la masa del pueblo no tenía derechos, ni cultura, era un pueblo lleno de analfabetos…) y se dedicaban a la revolución de la forma que decíamos antes, es decir, intentando reformar la sociedad o creando pequeños grupos de bombarderos, pero sin ningún vínculo con el movimiento obrero que se estaba desarrollando. Hubo, algún contacto con el mundo campesino, pero éste seguía siendo poco permeable a este tipo de idealismo.

Francamente, los pobres vivían poco mejor que en el Neolítico y además estaban sufriendo la llegada del capitalismo. Digo yo, ¿sabéis lo que pasa en un país «atrasado» cuando llega el capitalismo, como ocurre hoy en los países de África Central? Llega un capital doblemente rapaz, doblemente brutal, que se injerta en las debilidades estructurales y en la esclavitud anterior…

Lenin, al menos en esto, no tenía dudas: como buen marxista, para él la revolución la hacen los trabajadores. Hoy en día, tal vez deberíamos revisar esto y ser cautelosos, al igual que él deberíamos ser cautelosos  Porque sí, puede que los obreros fueran la vanguardia, pero Rusia seguía siendo un país de mayoría campesina y ya existía ese doble cinturón entre obreros y campesinos.

Campesinos, eso sí, que no quieren el socialismo, sino una revolución «pequeñoburguesa» (como se decía entonces) Es decir, quieren libertad, democracia y, sobre todo, su propio pedacito de tierra, con protecciones legales para ser considerados ciudadanos en pie de igualdad con los demás. Para los campesinos, la revolución era esto. Lenin ciertamente les seguía la corriente: ‘Está bien, dejémosles que lo hagan, cuando limpian la escoria feudal nosotros seguiremos adelante’. Pero, para este paso ulterior se necesitan militantes de un nuevo tipo. Pero, ¿cómo se forman?

Bueno, como realista, Lenin razonó sobre la base de lo que pasaba en los diferentes grupos. Por un lado estaban los populistas de viejo cuño, tal vez jóvenes y con una ética un tanto idealista de sacrificio ejemplar y purificador; y por otro los nuevos obreros de un país que aún no era industrial, y por tanto concentrados en zonas precisas de los suburbios de Moscú, Petersburgo y Kiev. Ese era el panorama. Su intuición política, le permite constatar que el material explosivo se estaba compactando en un mismo lugar; en los suburbios.

Y añadamos que ya se observaba una posible internacionalización puesto que las deslocalizaciones (nadie ha inventado nada nuevo) de empresas extranjeras como Siemens, Falck y Nobel fueron a parar a esas zonas industriales. Enormes fábricas a las afueras de las grandes ciudades a las que llegaban campesinos empujados por el hambre, por tanto una primera generación de clase obrera. Allí fueron Lenin y sus (entonces pocos) camaradas.

Cuidado, sin embargo, con caer en las habituales visiones caricaturescas, porque si no hubiera sido por cuatro fanáticos que iban a organizar, los proletarios seguirían sufriendo y no habría pasado nada. Los obreros rusos de entonces vivían una vida aterradora, lovecraftiana. El nivel de explotación, degradación y desesperación llegaba a tal punto que hasta la persona más aburrida y con menos mentalidad política iba tarde o temprano en busca de alguien que le explicara cómo salir de aquello.

Sólo se vive una vez y… los miserables empiezan a tomar conciencia. De nuevo, en condiciones diferentes hoy encontramos respuestas similares. Por ejemplo, la falta de perspectivas para un joven es tal que probablemente, aunque no le apetezca, se plantea la pregunta de salir de su precariedad.

Lenin necesitaba a los obreros, pero ellos también le necesitaban a él. Así que organizó pequeños círculos de estudio después del trabajo, y gradualmente empezó a surgir un tipo diferente de militante, uno que combinaba la certeza teórica (hoy puede parecer un marxismo de hacha, pero sus vidas también eran de hacha, y no había tiempo para demasiado refinamiento) con la enérgica decisión de comprometerse hasta el final (si tu vida es una mierda, no tienes nada que perder).

Tal vez estos dos elementos no siempre confluyeran en cada individuo, pero desde luego sí en el espíritu de grupo. Paso a paso, aprovechando la preparación de los marxistas y la ética de los populistas, surge una actitud característica que no es la suma de las partes. Leyendo la correspondencia, se advierte, por ejemplo, un elemento casi lúdico, gascón, como el desafío a los guardias zaristas; es un juego muy serio, porque si te pillan, es un trago amargo, pero a los veinte años, siempre te da placer liar las cosas.

Por supuesto, una vez nacida la red militante, está el problema de cómo mantenerla unida en términos de información. Rusia es grande y el régimen es opresivo, así que despídete de la prensa libre. Comunicar se convierte en un gran problema sin coordinación, y por eso fundaron un periódico con funciones de dirección. La sede está, necesariamente, en el extranjero, y las formas de hacerlo llegar a Rusia son una epopeya en sí mismas. Montones de periódicos escondidos bajo chalecos, lanzados por las ventanillas de los trenes durante los registros, interminables cadenas para asegurar su distribución… Suceden todo tipo de cosas, pero aún es pronto para los tiroteos.

Aprenderán a disparar más tarde, con la revolución 1905 (seguro que aprenderán…) uniéndose a gente que ya sabe hacerlo. Pero voy rápido. Para abreviar, somos muchos los que quieren cambiar las cosas, y ya entonces había muchos en ese agujero de mierda que era el Imperio Ruso; el problema era que no se conocían entre sí. Cuando empezaron a comunicarse y a organizarse con la revista, vino el siguiente paso, el partido.

Entendámoslo, yo no soy un místico del partido, pero ellos tampoco lo eran. Y de hecho, desde el principio se peleaban no sólo por la definición de partido, sino también por quien podría ser militante. ¿A quién admitir y a quién no? ¿Militantes profesionales o simpatizantes de mente abierta?

La discusión sobre estas cuestiones era continua. «¿Hay que admitir o no al profesor universitario que a la primera dificultad se raja y nos traiciona a todos?» «NO», y otra vez los insultos. Pero reconozcámoslo, la pregunta era tan crucial como difícil de abordar. Sinceramente, yo que no soy extremista, si hubiera vivido en aquella época ¡quizás habría pensado que los mencheviques tenían razón!

Ya se sabe, dada la dificultad del momento es natural pensar que había que abrir más las puertas, que no era el caso de limitarse aún más, por qué echar a la gente… y en cambio para Lenin sólo entraban los que estaban dispuestos a tomárselo en serio. Se separaron en el Segundo Congreso – también hay anécdotas interminables sobre esto – como pulgas en los colchones, con seguimiento policial, como niños callejeros tirando fruta podrida por las ventanas…

Pueden parecer cuestiones sin importancia. Pero luego, cuando llega el momento de la insurrección, descubres que las opciones tomadas aguas arriba en cuanto a la definición de la militancia tiene una clara explicación política: no digo que hay que meter a medio el mundo, pero quizás ser más abierto de miras, es normal que una buena parte o incluso la mayoría de tu base se oriente a aliarse con la burguesía, porque de ahí los has sacado.

Subjetivamente, los bolcheviques pueden creer lo que dicen, pero cuando las cosas se ponen difíciles… Cuando se comprueban los hechos, la cuestión de fondo se convierte en una indicación metodológica fundamental, que no se acaba de una vez por todas, sino que se reabre en cada cambio de fase: ¿dónde se detiene la ampliación? ¿Qué límites poner al conjunto de sujetos a agregar? Para Lenin, puesto en la espesura de la refriega se hace imposible, él cree, que hay que tener el valor de escatimar al principio. Los que están al cien por cien con nosotros, bien, los demás fuera.

Esto se aplica especialmente al periodo anterior a 1905. Porque contrariamente a lo que la gente piensa del «Lenin el sectario», la organización nunca fue un fetiche y ella depende del contexto. Como se habrá notado, leyendo mis dos volúmenes, cambia de opinión al menos tres o cuatro veces, y después de la revolución vuelve a cambiarla. Hasta aquí el dogma.

La organización que te das, repito, responde a un momento dado. Si eres débil, estás aislado, en un país donde «¿la revolución?, quién sabe cuándo’, la idea táctica más apropiada según Lenin es la expuesta en ¿Qué hacer? a saber: A) demarcar antes de unirse y B) entender bien lo que significa «que la conciencia de clase venga desde fuera».

Detengámonos un segundo en este último punto, que es el más controvertido. «Desde fuera» no significa que yo venga y explique a los trabajadores (o a los inmigrantes, o a lo que sea) lo que deben pensar (ellos te mandan a la mierda), sino que la comprensión de la política pasa por una experiencia de lucha que va más allá de los asuntos internos del lugar de trabajo.

Sólo cuando las luchas salen de un contexto estrecho, cuando se vinculan con otros segmentos de la sociedad (no sólo en términos de solidaridad genérica), sino elevando el tono de la confrontación, ampliando y profundizando el objetivo – bueno, sólo ahí se entiende realmente en qué puede consistir una alternativa de sistema. Adquirir conciencia de clase significa elevar progresivamente la mirada más allá de los objetivos económicos inmediatos para acceder a una confrontación política superior, no escuchar la cháchara de los intelectuales radicales.

Por eso no es casualidad que 1905 no estallara por culpa de los bolcheviques. Estalló porque el Imperio ruso era un organismo podrido, y además estalló con ocasión de una guerra, la guerra con Japón. La reflexión sobre la relación entre la guerra y el estallido de las contradicciones no se hará esperar y, por cierto, no me gustaría que nos estuviéramos acercando a una situación así, porque estas convulsiones son imprevisibles.

Durante esos meses, la redacción del periódico bombardeará las bases locales del país con artículos y escritos procedentes del extranjero, proponiendo una vez más una nueva táctica. Dejando a todos consternados, el Lenin exiliado en Suiza en esos días sólo repite ‘basta, basta de aprenderse de memoria el ¿Qué hacer? y basta con el cuento de los revolucionarios profesionales, ahora necesitamos un partido de masas, encontrar grupos de apoyo para nuestra prensa, porque si no los activistas se irán con otros’. Un Lenin movimientista que, para la imaginería clásica, nadie esperaría.

Después, la situación volvió a cambiar con la derrota de 1905 y con la constatación que un partido de masas resultaba impracticable en una época de represión generalizada. Y sin embargo, la situación ya no es la mismo, porque entretanto se ha creado un enjambre de sindicatos semilegales, de clubes afterwork, incluso de asociaciones deportivas.

Para profundizar el arraigo territorial sin perder eficacia coordinadora, Lenin propuso entonces apostar por estas estructuras. La estrategia, en ese preciso momento, pasa a ser la de impregnar todo este espacio público siempre en una lógica de partido, pero de manera reticular, molecular. Huelga decir que tampoco se sabe mucho de esta fase del bolchevismo. Quizá incluso porque este interludio quedó completamente oscurecido en el periodo de Stalin.

En fin, me he extendido demasiado, y antes de cerrar esta primera parte, me gustaría concluir con la fórmula del bolchevismo, que no se encuentra en ninguna parte de los escritos de Lenin pero que podemos deducir: primero viene la lucha, porque la lucha existe independientemente de nosotros. No la encontramos ya hecha ni podemos orquestarla desde cero, pero podemos emprenderla si comprendemos exactamente cuáles son sus términos, cuáles son los peones en el tablero de juego.

Porque no hay peor cosa en un momento revolucionario (y Lenin lo dijo) que jugar el juego de otro. Es decir, hacer avanzar, con la mejor de las intenciones, los intereses de una clase social que no es la que yo quiero defender, ya sea el rey de Prusia o la burguesía democrática.

Primero viene la lucha, pero uno sólo se lanza a ella después de haber comprendido bien qué intereses reales están en juego y en quién, en función de esos intereses, se puede confiar en un momento dado. Permítanme poner un ejemplo al azar: como figuras sociales, somos bastante diferentes de lo que podría ser un trabajador inmigrante, sin embargo, en una fase histórica determinada, nuestros intereses de clase y el tipo de cambio social por el que luchamos coinciden con los intereses objetivos de estos trabajadores.

Pero primero viene la lucha, y luego de ella una teoría que no es una reflexión sobre sistemas máximos, sino un razonamiento sobre lo que está ocurriendo y lo que está en juego. Sólo a partir de ahí se abre la posibilidad de identificar la forma de organización y la figura de militante más adecuadas.

Yo mismo, no puedo saber lo que habría que hacer ahora, aunque sólo sea porque me encuentro razonando con categorías de los años 90. Más bien es necesario identificar el tema donde no lo esperamos… para desenterrar nuevas intuiciones.

Fuente: Observatorio de la crisis (https://observatoriocrisis.com/2023/06/11/la-formacion-del-revolucionario-lenin-y-los-bolcheviques/)

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