Recuperado de Jacobin Lat.
La inclinación posmoderna del marxismo lo convierte en un barrizal de conceptos y temas misceláneos. Y peor: la clase obrera desaparece. (Enzo Figueres / Getty Images)
TRADUCCIÓN: FLORENCIA OROZ
Desafiando los pronósticos, el marxismo estadounidense ha sobrevivido e incluso prosperado, sobre todo en las universidades. Esa base institucional generó muchos buenos estudios pero también fomentó la hiperespecialización y el uso de una jerga impenetrable.
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«El marxismo estadounidense existe, está aquí y ahora, y de hecho es omnipresente». Así se lamenta Mark R. Levin en su libro de 2021 American Marxism. Explica que los marxistas estadounidenses «ocupan nuestros colegios y universidades, redacciones y medios sociales, salas de juntas y entretenimiento, y sus ideas son prominentes dentro del Partido Demócrata, el Despacho Oval y los pasillos del Congreso».
Los propios marxistas quizás podrían sorprenderse, pero el Sr. Levin, un comentarista de derechas, encuentra marxismo por todas partes en Estados Unidos, tanto en el pasado como en el presente. Los marxistas inspiraron la creación de escuelas públicas en el siglo XIX y la Enmienda Dieciséis a la Constitución de Estados Unidos en 1913, que legalizó un impuesto federal sobre la renta. Las ideas de John Dewey, el reformador educativo del siglo XX, surgieron del «vientre marxista».
A diferencia de Levin, los estudiosos del marxismo han reflexionado sobre los nítidos límites del marxismo estadounidense, no sobre su alcance. Por supuesto, una cuestión de definición se cierne sobre el tema. ¿Dónde acaba el socialismo estadounidense y empieza el marxismo estadounidense?
La paradoja de Sombart
El propio Karl Marx trató de distinguir sus ideas de otras formas de socialismo, por ejemplo lo que él llamó socialismo burgués, que fue promovido por «economistas, filántropos, humanitarios, mejoradores de la condición de la clase obrera, organizadores de la caridad, miembros de las sociedades para la prevención de la crueldad con los animales, fanáticos de la templanza, reformadores de todo tipo imaginable». Estos socialistas quieren «el estado existente de la sociedad» sin sus «elementos desintegradores». Quieren «una burguesía sin proletariado».
Sin embargo, existe una relación simbiótica entre el socialismo y el marxismo; prosperan o declinan a la par. El hecho de que Marx dedicara muchos esfuerzos —en el Manifiesto comunista y en libros como La ideología alemana y Miseria de la filosofía— a denunciar otros socialismos, sugiere que el marxismo y el socialismo nadan en el mismo mar.
En Estados Unidos, sin embargo, ese mar no ha sostenido un socialismo robusto. Durante más de un siglo, los comentaristas han destacado la relativa debilidad del socialismo estadounidense; esto, en un país que carecía de pasado feudal o aristócrata, es decir, un país que podría considerarse un «caso puro» de capitalismo. Mientras que Gran Bretaña podía presumir de un partido obrero y Alemania de un vigoroso movimiento socialista, Estados Unidos no tenía ni lo uno ni lo otro.
Esta ausencia impresionó a un socialista alemán, Werner Sombart, colega de Max Weber. Sombart, que nunca viajó a Estados Unidos, escribió en 1906 el libro clásico sobre el tema, Why is There No Socialism in the United States?, donde describía a Estados Unidos como «el país donde se está cumpliendo con mayor precisión el modelo de la teoría marxista del desarrollo» pero en el que el trabajador estadounidense no estaba abrazando «el socialismo de carácter marxista». Sombart ofreció varias explicaciones de esta paradoja.
Creía que el trabajador estadounidense «participa emocionalmente» del capitalismo. De hecho, «le encanta». Además, el ethos de igualdad y democracia respetaba al trabajador, a diferencia de Europa, donde se lo estigmatizaba. En América, «lleva la cabeza alta, camina con paso ligero y se expresa abierta y alegremente como cualquier miembro de la clase media». Por último, la relativa prosperidad del trabajador estadounidense condenó al marxismo. En una frase que sería infinitamente citada, Sombart declaró: «Todas las utopías socialistas se reducen a carne asada y tarta de manzana».
El breve tratado de Sombart se cierne sobre cualquier debate sobre el marxismo estadounidense a lo largo de las décadas. Medio siglo después, el estudio de Daniel Bell de 1952, Marxian Socialism in the United States, abría trayendo a colación «la melancólica cuestión planteada» por Sombart, que seguía siendo para Bell «la cuestión básica a la que se enfrentan todos los estudiantes del marxismo estadounidense»: «En el país capitalista más avanzado del mundo, no ha habido Partido Laborista, existe poca conciencia de clase y hay un débil liderazgo intelectual de la izquierda».
Bell, él mismo un hombre de izquierdas, reconocía los éxitos pasados de los partidos y grupos socialistas en Estados Unidos. Pero concluyó que para 1950, «el socialismo americano como hecho político y social se había convertido simplemente en una nota al pie en los archivos de la historia».
Renacimiento
Sin embargo, la historia albergaba algunas sorpresas; el marxismo se negaba a recluirse definitivamente en los estantes de las bibliotecas. En un prefacio actualizado de Marxian Socialism in the United States de 1967, Bell observó que en los años transcurridos desde la aparición de su libro, «una Nueva Izquierda ha aparecido en Estados Unidos». Bell no alteró su análisis anterior, pero admitió que «claramente las ideas [cursivas de Bell] del marxismo» son ahora «la moneda común de la vida intelectual estadounidense».
Esto es asombroso. En 1952, el marxismo estaba muerto. En 1967, el marxismo estaba vivo y bastante bien en todas partes. Puede que Bell haya exagerado la situación, pero lo que se conoció como la Nueva Izquierda, parte integrante de la política de los años 60, condujo a un renacimiento del marxismo sin precedentes en Estados Unidos.
¿Un renacimiento de qué tipo e importancia? Paul Buhle, activista y académico de los 60, ofreció una valoración en su Marxism in the United States (1987). «Los marxistas de la Nueva Izquierda fuimos la primera generación de radicales estadounidenses nacidos en la era de la televisión y la cultura de masas que todo lo abarca». Además, el «dios» de la Revolución Rusa estaba muerto y «la Revolución China no convencía a todos salvo a una pequeña minoría». El marxismo evolucionó hacia «algo apenas reconocible para las viejas generaciones de marxistas estadounidenses», algo más cercano al joven Marx humanista que al Marx de Vladimir Lenin y Mao Zedong.
¿Tuvo éxito el renacimiento? Los «marxistas de la nueva izquierda» aparecieron no solo en Estados Unidos, sino en toda Europa, y se enfrentaron a cuestiones similares sobre cómo revigorizar un marxismo desecado. Una mirada al marxismo británico podría iluminar la situación estadounidense.
En 1968, el joven y formidable editor de la New Left Review, Perry Anderson, publicó una ácida valoración de la cultura británica, «Componentes de la cultura nacional» . Mientras que apenas existía en Inglaterra, declaraba Anderson, la cultura marxista florecía en Francia, Alemania e Italia. «En todos los países continentales importantes, el impacto del marxismo fue profundo y duradero; dejó una huella indeleble en la cultura nacional». Pero no en Inglaterra, la única excepción que «no produjo ningún pensador marxista importante».
La situación tampoco había cambiado en las últimas décadas: «Los años cincuenta y sesenta vieron la proliferación del marxismo en el continente: Althusser en Francia, Adorno en Alemania y Della Volpe en Italia fundaron escuelas importantes y divergentes. Inglaterra no se vio afectada. La teoría marxista nunca se había naturalizado». Inglaterra, a su juicio, no dio lugar a «un marxismo nacional».
Hay muchas cosas erróneas en estas declaraciones de Anderson, casi todo, de hecho. Se equivocó sobre Francia, Italia y Gran Bretaña, y solo acertó a medias sobre Alemania. Y, sin embargo, las declaraciones de Anderson sugieren criterios para evaluar el marxismo: su rendimiento de pensadores destacados y el surgimiento de un «marxismo nacional».
Lo que Anderson afirmó sobre Gran Bretaña podría decirse de Estados Unidos, al menos antes de los años 60: carecía de pensadores y cultura marxistas. La situación en Estados Unidos era a la vez peor y mejor que la de Gran Bretaña. Era peor porque, a diferencia de Gran Bretaña, Estados Unidos no fue testigo de la aparición de un grupo de historiadores marxistas como Eric Hobsbawm, que Anderson había ignorado. Fue mejor debido a la presencia de un robusto, aunque pequeño, grupo de marxistas trotskistas.
Agencias de cambio
La historia del trotskismo estadounidense llevaría al estudiante por muchos callejones, incluyendo la aparición del neoconservadurismo estadounidense. En parte debido a su antiestalinismo, algunos trotskistas se convirtieron en anticomunistas puros y duros, y finalmente en defensores de la política exterior estadounidense. Pero una historia tal también señalaría los temas trotskistas que imprimieron al marxismo estadounidense.
Por ejemplo, James Burnham siguió un camino familiar desde el trotskismo de los años 30 al conservadurismo de los 50; se convirtió en un colaborador clave de la revista de derechas National Review fundada por William F. Buckley. En 1941 publicó The Managerial Revolution, un libro que destacaba la aparición de una nueva clase de tecnócratas, gestores e intelectuales que dirigían la sociedad; esta clase se situaba fuera del nexo capitalista-trabajador. La idea de una nueva clase tenía un pasado en la sociología alemana y un futuro en el marxismo estadounidense, donde adquiriría una valencia tanto positiva como negativa.
La carrera de C. Wright Mills, que escribió sobre esta nueva clase, ilumina la trayectoria del marxismo estadounidense en los años de posguerra. Mills refleja esa trayectoria y se aparta de ella, y su propia partida arroja luz sobre el marxismo estadounidense. Encarna la transición del antiguo marxismo del Partido Comunista de los años 30 y 40 al marxismo de la Nueva Izquierda de los años 60. En 1960, Mills escribió una «Carta a la Nueva Izquierda» y, dos años más tarde, publicó su último libro, Los marxistas. En su «Carta a la Nueva Izquierda», Mills planteó varias cuestiones que dejaron su impronta en el marxismo estadounidense. Se preguntaba cuál era la «agencia histórica» del cambio.
En el pasado, los socialistas se centraban en la clase obrera. Pero para Mills, esto era «un legado del marxismo victoriano que ahora es bastante irreal». Aunque Mills pedía que se siguiera estudiando a las clases trabajadoras, creía que los intelectuales podrían constituir una «agencia radical» de cambio: «Olvidemos el marxismo victoriano. Tenemos que estudiar a esta nueva generación de intelectuales de todo el mundo como verdaderas agencias vivas del cambio histórico».
La cuestión de los intelectuales atormentaba a los radicales y marxistas estadounidenses, incluido Mills, que vacilaban entre posiciones contradictorias. Los intelectuales eran tanto agentes del cambio como servidores del poder. El propio Mills publicó un ensayo sobre los intelectuales en 1944, titulado «The Powerless People», y lo reelaboró en 1951 en White Collar: The American Middle Classes. En estos escritos, los intelectuales eran menos revolucionarios que empleados. Pero en 1960, Mills cambió de opinión y consideró a los intelectuales agentes del cambio radical.
Los marxistas (1962) contenía extractos de distintos pensadores marxistas con comentarios de Mills. El libro reflejaba los tiempos que corrían, ya que concluía con una nota antimperialista y utópica con un fragmento del Che Guevara, que afirmaba que en Cuba «se está creando un nuevo tipo de ser humano». Pero Mills labró su propio camino. Planteó tres tipos de marxismo: vulgar, sofisticado y llano. Sobre los marxistas vulgares, Mills tenía poco que decir, excepto que se aferran a un solo aspecto del marxismo. Los marxistas sofisticados privilegian el marxismo como modelo de sociedad y a menudo descienden a «eslóganes sofisticados».
Mills se identificó con el tercer tipo, los marxistas simples: «Intentaré trabajar como un marxista llano, evitando los caminos de los marxistas sofisticados y vulgares». Pero, ¿qué es el marxismo llano? Los marxistas llanos creen en la centralidad de Marx pero también en que su obra «lleva las marcas del siglo XIX». Los marxistas llanos destacaron el humanismo y los escritos juveniles de Marx, que se centraron en la filosofía y la alienación. Destacaron el papel de la superestructura —la cultura y las ideas— en la historia y se opusieron al «determinismo económico» que convierte al hombre en una abstracción pasiva.
Los marxistas llanos destacaron «la volición de los hombres en la elaboración de la historia». Estas ideas no solo marcarían al marxismo estadounidense en los años de posguerra, sino que definirían el movimiento más amplio del marxismo occidental del que este formó parte. Sin embargo, los marxistas estadounidenses no se ciñeron al vocabulario de Mills. Nadie ni ningún grupo adoptó el lenguaje del «marxismo llano». En una época de alta teoría y posturas de catedrático, el marxismo «simple» era demasiado simple.
Marxismo occidental
El marxismo occidental podría caracterizarse como una corriente político-intelectual que intentó separarse del marxismo soviético, incluido el leninismo, volviendo a los escritos más filosóficos y humanistas del joven Marx. En Estados Unidos, los académicos refugiados que huyeron del nazismo y mantuvieron las distancias con el estalinismo secundaron este proyecto. Aquí radica un hecho y una característica del marxismo estadounidense, la medida en que llevó la impronta de académicos refugiados dedicados a un marxismo no dogmático, a un marxismo menos centrado en la economía política que en la cultura, la sociología y el arte.
Mills vuelve a servir de ejemplo: completó su doctorado en la Universidad de Wisconsin bajo la supervisión de Hans Gerth, con quien colaboró en varios libros. Gerth, refugiado alemán y alumno del sociólogo Karl Mannheim, sirvió de conducto entre el marxismo de Fráncfort y el marxismo de Madison, donde se encuentra la Universidad de Wisconsin. En la ciudad alemana de Fráncfort, varios académicos se reunieron bajo el patrocinio del Instituto de Investigación Social para forjar un nuevo marxismo. (Mannheim se situó en la periferia de la agrupación.) Con la llegada del nazismo, prácticamente todos sus directores acabaron en Estados Unidos, y hasta hoy se les designa informalmente como la Escuela de Fráncfort.
Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos afiliados a la Escuela de Fráncfort trabajaron para organismos gubernamentales que ayudaron en la guerra contra la Alemania nazi. En la década de 1950, varios se habían convertido en profesores de las principales universidades estadounidenses, como Herbert Marcuse, Franz Neumann y Leo Löwenthal, así como Paul Baran, amigo de Marcuse. Baran se unió a Monthly Review, fundada en 1949, que sigue publicando hasta hoy. Estos nombramientos académicos no son meros hechos aislados, porque la década de 1950 fue testigo de cambios cataclísmicos que convirtieron a las universidades en el centro de la vida estadounidense.
A mediados de la década de 1950, el macartismo, la conocida paranoia anticomunista que recorre periódicamente Estados Unidos, había llegado a su cénit; esto permitió a las universidades contratar a profesores de izquierdas. Al mismo tiempo, el GI Bill, una ley que subvencionaba a los veteranos de guerra para matricularse en la universidad, propició la expansión universitaria, seguida de la amplia generación del «baby boom» que afluyó a los campus. El porcentaje de jóvenes que asistían a la universidad pasó del 9% antes de la guerra al 30% en los años sesenta.
Entre 1963 y 1973, cuando los baby boomers llegaron a la universidad, el número total de matriculados se duplicó, pasando de 4,7 millones a 9,6 millones. Escuelas adormecidas en los márgenes de la sociedad se convirtieron en enormes instituciones. Además, el movimiento por los derechos civiles, las protestas antinucleares y la guerra de Vietnam alteraron el rumbo de la política estadounidense. John F. Kennedy, elegido presidente en 1960, simbolizaba tanto la juventud como una nueva política.
Existían corrientes marxistas fuera de las universidades, por ejemplo en Detroit con un grupo dirigido por C. L. R. James y Raya Dunayevskaya, que buscaba una presencia entre los trabajadores del automóvil. Pero el marxismo estadounidense se desarrolló en gran medida en los campus universitarios. Tampoco es sorprendente que dos revistas clave que impulsaron el marxismo de la Nueva Izquierda fueran fundadas por estudiantes de posgrado, Studies on the Left en 1959 en la Universidad de Wisconsin-Madison y Telos en 1968 en SUNY Buffalo. Con ocasionales dudas sobre sí mismas, ambas publicaciones periódicas siguieron orientadas a un público académico.
La primera frase del primer número de Studies on the Left declaraba: «Como estudiantes de posgrado que anticipan carreras académicas, sentimos un interés muy personal por la vida académica». Como ha comentado el sociólogo marxista Michael Burawoy, a diferencia de otras partes del mundo, el renacimiento del marxismo «en Estados Unidos estuvo más confinado a la academia». Este hecho tuvo consecuencias tanto negativas como positivas.
El marxismo y la academia
En el lado positivo, ello significó que el marxismo podía ser estudiado sin ataduras por las urgencias de la política inmediata. Las palabras iniciales de Dialéctica negativa (1966) de T. W. Adorno, de la Escuela de Fráncfort, aludían a la tan citada undécima tesis de Marx sobre Ludwig Feuerbach: «Los filósofos solo han interpretado el mundo de diversas maneras; la cuestión es cambiarlo». Para los marxistas de todas las décadas, este edicto sirvió para cortocircuitar la filosofía en favor de la política práctica.
Sin embargo, Adorno le dio la vuelta a esta proposición: «La filosofía, que antes parecía obsoleta, sigue viva porque se perdió el momento de realizarla». Creía que «después de que fracasara el intento de cambiar el mundo», el «juicio sumario» de que la filosofía se había «limitado a interpretar el mundo» paralizaba la razón. En efecto, propuso la noción de que, puesto que el esfuerzo revolucionario por cambiar el mundo fracasó, los filósofos aún pueden interpretarlo.
Aquí «filosofía» no solo significa filosofía profesional, sobre la que Adorno albergaba reservas, sino pensamiento y teoría en general. Si bien esto permitió una teorización marxista sin restricciones políticas inmediatas, el entorno universitario también tuvo sus costes. A pesar de hablar de una teoría amplia, el marxismo asumió la impronta de las divisiones disciplinarias. El marxismo prosperó, pero subdividido por departamentos.
Una sección transversal del estado del marxismo en la década de 1980 puede encontrarse en la antología en tres volúmenes The Left Academy: Marxist Scholarship on American Campuses. La primera frase de la introducción dice: «Una revolución cultural marxista está teniendo lugar hoy en las universidades estadounidenses». Por ejemplo, había «más de 400 cursos impartidos hoy en filosofía marxista», frente a ninguno antes. Los marxistas dirigían varias organizaciones académicas. El futuro de los estudios marxistas parecía prometedor.
Sin duda, los editores observaron que «hasta el momento, el progreso del marxismo universitario ha tenido lugar en ausencia de un desarrollo político correspondiente en la clase obrera». Además, el marxismo floreció dentro de los límites disciplinarios, el principio organizador de los volúmenes. El volumen dos ofrecía capítulos sobre el marxismo en los estudios literarios, la historia del arte, la geografía, la antigüedad clásica, la educación y el derecho. El volumen tres añadió las comunicaciones, los estudios feministas, los estudios sobre la raza negra y la criminología.
La cantidad y calidad de estos estudios puede ser celebrada —o, para los críticos conservadores, criticada—, pero la cuestión aquí es: ¿posee una identidad propia? ¿Y cuál es su impacto? Es difícil esbozar una identidad para este marxismo académico, ya que poco une al crítico literario marxista y al sociólogo marxista, salvo simpatías de izquierdas y un vocabulario compartido ocasionalmente.
Pero hay algo que los une extrínsecamente, por así decirlo, que influye en su impacto: ambos participan de la academización o profesionalización. El marxismo se convierte en una serie de campos con jerga especializada, revistas y conferencias. Para numerosos marxistas académicos, esto confirma el éxito. En un ensayo sobre estudios literarios en The Left Academy, el difunto Fredric Jameson, quizás el principal pensador literario marxista, anunció que el «discurso marxista» implica necesariamente un lenguaje especializado. La «especialización de los discursos teóricos» para el estudio de la literatura «no debería ser más sorprendente» de lo que sería para el estudio de la física subatómica, declaró Jameson.
Pero la especialización también conllevaba una jerga espinosa que se hizo endémica en el marxismo académico, incluso un distintivo de seriedad. Uno de los resultados fue que académicos marxistas como el propio Jameson y otros profesores de izquierdas como Gayatri Spivak u Homi Bhabha ocupaban un lugar destacado en la academia, pero carecían de visibilidad fuera del campus. Por supuesto, esto no es algo que afectara solo al pensamiento marxista. La masificación permitió a los habitantes de la universidad subsistir únicamente dentro de sus fronteras; se dirigían a colegas y estudiantes de posgrado.
En una época anterior, los filósofos estadounidenses buscaban y encontraban un público fuera del campus. William James y John Dewey escribieron para y fueron leídos por el público culto; Dewey, de hecho, enseñó en China e influyó en la reforma educativa china. Hoy, sin embargo, los filósofos prosperan dentro de los confines departamentales. Una lista reciente de los filósofos más influyentes comienza con Sally Haslanger, Daniel Dennett y Linda Martin Alcoff. ¿Cuántos profanos podrían identificar su contribución? Su impacto permanece dentro de la profesión.
Desde la década de 1980 hasta la actualidad, los marxistas académicos han prosperado más o menos, pero en feudos separados. Los economistas marxistas debatieron sobre la transición al capitalismo y el Estado; los historiadores marxistas debatieron sobre la militancia obrera; los críticos literarios marxistas debatieron sobre las novelas antimperialistas; las feministas marxistas debatieron sobre los salarios de las tareas domésticas; los antropólogos marxistas debatieron sobre el colonialismo; los educadores marxistas debatieron sobre la escolarización. Mike Davis, un marxista independiente, comentó sobre estos desarrollos:
Perdí interés en los estudios de Marx cuando pasaron del debate sobre los modos de producción a batallas microscópicas sobre la forma de valor, el problema de la transformación y el papel de la lógica hegeliana en El capital. La «teoría» en general, al desconectarse tanto de las batallas de la vida real como de las grandes cuestiones históricas, pareció dar un giro monstruosamente oscurantista hacia finales de siglo.
Añadió que no podía imaginar que el amigo de izquierdas de su padre, que había guiado su propia educación, «implorara a nadie que “leyera a Jameson, que leyera a Derrida”, y mucho menos que vadeara el pantano de Imperio [de Negri y Hardt]».
Socialismo millenial
Una conferencia en 2019 sobre «Marx y el marxismo en Estados Unidos» puede dar una medida del estado del marxismo estadounidense en los últimos años. Sus patrocinadores observan el retroceso del marxismo causado por el resurgimiento de la nueva derecha en la década de 1980 y «el fin del socialismo» después de 1989. Pero esos «baches» se han «roto» por un «reciente renacimiento» del marxismo. ¿Dónde? Es revelador que el libro basado en la conferencia contenga muy poca información sobre este renacimiento.
Diez de los once capítulos son históricos; solo uno —titulado «Will the revolution be podcast? Marxism and the culture of “millennial socialism” in the United States»— aborda la situación actual. Afirma que la generación millennial muestra simpatías socialistas, como lo prueba la candidatura de Bernie Sanders a la presidencia y algunas nuevas revistas y podcasts izquierdistas. Pero el autor admite que el marxismo a menudo parece más simbólico que real: «Testigo de ello son los jóvenes socialistas que envían felicitaciones de cumpleaños a Marx en el bicentenario de su nacimiento vía Twitter».
Mientras tanto, los marxistas académicos han proseguido sus estudios disciplinarios que, aunque importantes, siguen siendo insulares y técnicos. En general, adoptaron ideas posmodernas sobre el construccionismo social, la idea de que todo es discurso o artificio, incluido el género. Además, graparon a su contribución la etiqueta «crítica», un término tomado de la Escuela de Fráncfort.
Cuando la Escuela de Fráncfort introdujo la «teoría crítica», sirvió como palabra clave para el marxismo. Como refugiados inseguros en Estados Unidos, no querían hacer alarde de su marxismo. Sin comprender apenas sus parámetros originales, los académicos estadounidenses asociaron «crítica» a términos como teoría crítica de la raza, pedagogía crítica, sociología crítica, geografía crítica y lecturas críticas. Pero, ¿dónde está el marxismo? La «teoría crítica de la raza», el más público y exitoso de estos esfuerzos, muestra poca evidencia de marxismo (o interés en él). Es una ideología antirracista.
La inclinación posmoderna del marxismo lo convierte en un barrizal de conceptos y temas misceláneos. La clase obrera desaparece. Tomemos una reciente contribución de Kathi Weeks, una feminista marxista con sede en la Universidad de Duke, que tiene la buena fe de haber coeditado un volumen de la obra de Frederic Jameson: «El trabajo marxista más útil hoy teoriza el capitalismo en su desarrollo histórico como un sistema mejor caracterizado como capitalismo colonial, colono, racial y heteropatriarcal». Esto es de un artículo en el que cuenta el número de referencias a las mujeres en el libro que está reseñando. «No solo faltaban feministas marxistas en el análisis», sino que solo se citaba a trece mujeres en el libro. Este marxismo se ha convertido en una cadena de causas y lealtades separadas.
O consideremos los escritos del difunto Erik Olin Wright, un destacado sociólogo marxista. Sus últimos libros, como Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI y Construyendo utopías reales, consistían en categorías rebuscadas, diagramas insulsos y una jerga espesa. Mejoró a Marx con once críticas básicas al capitalismo. La número cinco es «El capitalismo es ineficiente en ciertos aspectos cruciales». Es una fórmula tan vacía que bien podría ser válida también al revés: «El capitalismo es eficiente en ciertos aspectos cruciales».
Olin Wright ofreció una teoría en cuatro partes de la transformación del capitalismo al socialismo que se descompone en dos formas, tres afirmaciones, cuatro mecanismos y dos configuraciones; y estos once componentes solo constituyen la primera de las cuatro partes. El marxismo académico ha perdido aquí su columna vertebral y su lucidez.
Más allá de la academia
La afirmación de Daniel Bell de 1952 de que el marxismo estadounidense había pasado a los archivos de la historia ha demostrado ser errónea. Desde la década de 1960 hasta la actualidad, el marxismo floreció en diversos ámbitos, pero principalmente en los campus universitarios. La antología en tres volúmenes de la erudición marxista de la década de 1980, si se actualizara, tendría treinta volúmenes. Y, sin embargo, el juicio más amplio de Bell sobre la debilidad del marxismo estadounidense puede no ser tan fácil de descartar.
Aunque se han hecho estudios marxistas ejemplares, muchos son también estrechos, incluso plagados de jerga, destinados a limitarse a seminarios de posgrado. Aparte de las obras de la Escuela de Fráncfort, que pertenecen más al marxismo alemán que al estadounidense, ¿dónde están las grandes obras de la erudición marxista estadounidense? Los posibles contendientes surgieron en los márgenes de la academia: El capital monopolista de Paul Sweezy y Paul Baran, Trabajo y capital monopolista de Harry Braverman y City of Quartz de Mike Davis.
Retomando el criterio de Perry Anderson, ¿dónde está o qué es el marxismo estadounidense? Respuesta corta: el marxismo estadounidense se extravió en los pasillos del campus. Por supuesto, la historia está en curso, y la situación económica y política más amplia difícilmente sea estable. Un cambio en ella podría animar a los grises marxistas académicos. «Toda teoría, querido amigo, es gris, pero el árbol dorado de la vida real brota siempre verde».
A menudo se pasa por alto que cuando Sombart escribió su análisis sobre por qué no hay socialismo estadounidense, lo cerró con la nota contraria. Creía que las condiciones económicas que impedían el socialismo «están a punto de desaparecer». Los días de abundante carne asada y tarta de manzana estaban llegando a su fin: «En la próxima generación, el socialismo en América experimentará muy probablemente la mayor expansión posible de su atractivo». Estemos atentos.