Entrevista a Félix Córdova (tercera y última parte)

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Como parte de una extensa entrevista al escritor puertorriqueño Félix Córdova Iturregui, dividida en tres, comparto con los lectores del Semanario Claridad y de En Rojo la tercera y última parte. Aquí conversamos sobre la poesía y su relación con la memoria, el olvido, el tiempo y otros temas. Además, Córdova nos comenta su relación con los poetas vivos a partir del colectivo Guajana, los teóricos que han marcado su escritura, la educación y su optimismo en un sistema económico y político que sabotea la educación… En fin, la conversación daba para seguir elaborando y ahondando los claro-oscuros laberintos de la escritura, la poesía y nuestro país; pero había que ponerle punto final para efectos de una publicación. Al final, le he pedido, muy a pesar de él, algunas recomendaciones o reflexiones para quienes están comenzando a escribir. Espero que esta entrevista dé visibilidad a uno de nuestros escritores contemporáneos más relevante, polifacético, generoso, con un alto sentido estético y una consciencia política aguda.

Con respecto a la poesía, has publicado los poemarios Para llenar de días el día (1985), Militancia contra la soledad (1987), Canto a la desobediencia (1998), Tambor de espuma (2011), Diálogo con la isla (2011), pronto la Editorial Areté Boricua publicará Tríptico y hay otro poemario, El pie en la calle, que también está terminado y esperamos pronto se publique. Ante tanta producción poética es inevitable preguntarte ¿qué es la poesía para ti y qué relación ves entre poesía, ser, tiempo, memoria/olvido y silencio?

Esa pregunta da pie a una larga conversación. Trataré de ser breve. Voy a empezar por la relación entre memoria y olvido. Con reflexionar un poco uno puede captar que para recordar algo, para darle presencia a un hecho pasado, para pasarlo por el corazón, hace falta antes una acción del olvido. Para que algo regrese tiene que haber desaparecido. La palabra tiene el don de darle presencia a lo ausente. El poeta trabaja con esa posibilidad. Por eso tiene un sentido profundo la noción, nada nueva, del olvido como custodio de la memoria. El olvido propicia la desaparición para luego permitir la aparición. No tengo problemas con la idea del subconsciente o del inconsciente. Por el contrario, me parece un concepto necesario para poder figurarme un lugar o espacio donde las experiencias vividas se ocultan o des-aparecen, sin haberse perdido definitivamente, para luego volver a aparecer. Tenemos ahí, en ese diálogo entre desaparición-aparición una dinámica que está lejos de poderse reducir a una función automática o mecánica. Para mí la poesía es una actividad creativa insertada, en gran medida, en lo que voy a llamar un “lugar” muy frágil, presente, donde un mundo inevitablemente de ficción aparece y desaparece, en una oscilación creativa donde opera la recordación y el olvido.

En ese “lugar” ocurre la creación, se mueve el relámpago de la intuición y se activa la imaginación. Por eso, te dije antes, me impresionó la visión de Wordsworth sobre el poeta como un ser con la disposición de trabajar con lo ausente. Pero trabajar la ausencia, lo des-aparecido solo es posible desde la presencia, desde el presente. Aunque ese trabajo con la ausencia es solo una parte del proceso, creo que coloca la creación poética en el vórtice mismo de la relación entre la memoria y el olvido. Ahora bien, si nos instalamos imaginariamente en ese delicado “lugar” de encuentro, podemos percibir la importancia del silencio. El silencio en la poesía, como es posible que sea también en la música, funciona como una ausencia o una nada viva contra la cual resplandece continuamente el ser de la palabra. Es una propiedad abierta, una zona de espera que le da entrada a la palabra y que nunca la abandona, porque siempre va con ella dándole figura a la voz. Sin el silencio, la articulación de la palabra en la voz sería algo amorfo. El silencio es clave para que la poesía se manifieste por el interior del lenguaje con una visibilidad propia, inconfundible,

Es evidente que la poesía adquiere su significación de la experiencia humana. Y esa experiencia es imposible separarla del mundo, de la vida social, de la historia vivida en comunidad. De esa historia, que nos hace seres sociales, siempre actuando en el interior de relaciones sociales desplegadas sobre bases materiales cada vez más complejas, brota un concepto, radicalmente dinámico, de memoria colectiva. Esa memoria colectiva en su nivel más elevado se nos presenta bajo la forma de la cultura. Sin olvidar que los intercambios mercantiles que ha desarrollado el capital a nivel global, con una amplia base material, ya permiten hablar de un concepto de cultura humana mucho más extendido.

Si la memoria personal es una red, si el recuerdo es un punto de encuentro en el interior de esa red, sin olvidar la función del olvido y el silencio en el movimiento incesante de esa red personal, producto de las experiencias vividas, la forma en que esa red se vincula, a su vez, a la compleja red de la cultura, con la memoria colectiva viviente, nos coloca ante una inmensa tela de araña. La capacidad de vivir experiencias intensas siempre se da en el interior de la cultura. La red personal de la memoria está permanentemente cruzada por los hilos de la memoria colectiva. El trabajo poético consiste en insertar en la red personal la mayor dimensión posible de la historia de esa memoria colectiva. En ese proceso, el esfuerzo incesante, siempre inconcluso, de apropiación de la tradición literaria es cada vez más necesario. Esa apropiación no tiene la misma dinámica que las experiencias personales. La búsqueda para hacer posible la apropiación de la tradición literaria es más objetiva. En la medida en que se profundiza esa objetividad de la cultura adquirida, opera sobre el sujeto poético y amplía su personalidad. Este proceso podría concebirse como una forma de despersonalización en la medida en que el proceso subjetivo se da una inmersión, se sumerge en la experiencia colectiva. En ese complejo proceso, el diálogo entre el olvido y la memoria adquiere una dimensión más amplia, incluyendo la indagación, por vía de la memoria histórica de aquellas zonas del olvido más ocultas y recónditas de la memoria colectiva. Sé que mi exposición es muy esquemática, pero quiero resaltar la incorporación del poeta, con fuerza propia, en el complejo mundo de la cultura. El alcance de esa “entrada” adquiere su medida en la profundidad con que el poeta ha introducido la cultura en su expandida persona literaria. Ninguna obra literaria o artística adquiere significación aisladamente. Su importancia, tarde o temprano, puede verse en su relación, contraste o semejanza, en discordia o afinidad con otras obras existentes en el vasto cielo de su cultura.

Me falta por comentar un tema inevadible. Tal vez el más complejo. ¿Qué significa recordar u olvidar en un país caracterizado por su subordinación colonial? ¿Cómo afectó al ser humano y al ser social, con todas sus diferencias de clase internas, con todas sus exclusiones de género o raza, al caer bajo la férula del capital monopolista extranjero? El tiempo, el ritmo de su curso, tiene una estrecha relación con la forma que adquieren las relaciones sociales. He planteado en mi narrativa, así como en mi poesía, que la industrialización impuesta a partir de 1947 ha tenido como resultado la industrialización del olvido, entre otras cosas. Al darse ese proceso intenso de urbanización industrial sobre el derrumbe y desaparición relativa de la agricultura, vivimos como sociedad una ruptura de enormes consecuencias. Me parece que se trata de una experiencia de represión colectiva sobre la que todavía hay que reflexionar. ¿Cómo puede una sociedad respirar o caminar si le han expropiado un espacio social tan extenso? En Para llenar de días el día aparecen estos versos:

No hay peor enemigo que el que se viste de amistad

y nos pone a caminar sobre la suela de sus zapatos.

Es una danza terrible la que se baila en los pasos diarios

de unas botas ajenas…

Caminar sobre la suela de zapatos ajenos significa dejar huellas ajenas, perder el paso propio, vivir bajo la sombra de proyectos ajenos. ¿Qué significa, repito, recordar en ese contexto de subordinación? ¿Cómo se altera la dinámica del olvido y la memoria de la vida propia? Si el tiempo está cada vez más mercantilizado, enclaustrado bajo la forma del valor mercantil, ¿cómo pensar el tiempo con una dimensión liberadora? La poesía, sobre todo la poesía, ha resistido la mercantilización, que en Puerto Rico respira subordinación colonial. Al hacerlo, ha sido penalizada con el cerco de la marginación. La literatura en general, sobre todo la indócil, resistente ante la fama precaria en una sociedad fraudulenta, tiene que enfrentar intentos continuos de aislamiento y exclusión. En un contexto de subordinación, el trabajo arduo de apropiarse de la tradición cultural, de la memoria colectiva contenida en ella, difícil en cualquier país, en el nuestro se transforma en una aventura épica.

Te pido excusas por haber sido tan esquemático en mi contestación.

¿Cuál es tu relación con los poetas vivos puertorriqueños, en especial desde el colectivo Guajana en adelante?

Mi contestación puede que te sorprenda. A mí me parece muy positivo que la poesía puertorriqueña después del colectivo Guajana no le haya dado mucho espacio a la idea de la existencia de un poeta nacional. Esa idea vivía como una obsesión en el pasado. Hasta se hicieron actividades para destacar algún poeta como encarnación de la nación, ya fuera Lloréns Torres, Juan Antonio Corretjer o Matos Paoli. Si el espacio poético en Puerto Rico siempre ha estado poblado de muchas figuras destacadas, ¿por qué esa obsesión con fabricar un cielo con una sola? Cuando Salvador Brau escribió su famoso prólogo a El Jíbaro, de Manuel Alonso, lo consideró como una estrella crepuscular de nuestro cielo literario todavía muy poco poblado de estrellas. La creación literaria de la segunda mitad del siglo XIX, con autores y autoras sobresalientes, ya fueron poblando ese cielo con estrellas de gran brillo y con estrellas menores. ¿Por qué no hablar de constelaciones en el crecimiento de ese cielo literario en lugar de fijarnos en un poeta nacional? ¿Acaso alguien puede encarnar la complejidad de una sociedad, aun cuando esa sociedad haya estado sometida a formas de subordinación colonial?

A partir de Guajana ya nadie ha sido puesto en esa problemática posición de ser un(a) poeta nacional. En una economía de monocultivo, unilateral, por un impulso mimético reduccionista la idea de una figura literaria nacional pudo cobrar algún sentido. Pero nuestra juventud literaria, incluso la actual, inmersa en una monumental crisis social, ha superado ese tipo de tentación. Nuestra poesía siempre ha tenido una notable diversidad, incluyendo la poesía hecha durante el dominio abrumador de la economía azucarera. Alienta la existencia de esa variedad. Nos enriquece a todo(a)s. La crisis actual es más compleja y si pone al descubierto algo es la unilateralidad del coloniaje. Lo(a)s poetas actuales tienen diferentes respuestas ante la complejidad del momento histórico. Mi esperanza es que la diversidad de talentos trabaje con intensidad la producción artística sin olvidarse del mundo en que viven. Sabemos, sin embargo, la enorme variedad de expresiones que ese mundo propicia. Sé, porque tú eres una de esas poetas jóvenes, como otras que vienen detrás de ti, que existe un compromiso serio con la poesía.

¿Cuáles han sido los teóricos más importantes que han marcado tu escritura y por qué?

Esta pregunta podría ser una tentación para construir una biografía intelectual. Voy a tomar el término teórico en una forma amplia. Seré breve porque me limitaré a los autores que están muy presentes en mi escritura, de alguna forma u otra. El teórico más presente, aunque muchas veces no se vea, es Carlos Marx. He leído y releído su obra, así como la de Federico Engels, y siempre descubro nuevas vías de reflexión. Nunca deja de sorprenderme. Junto a ellos hay una constelación. Menciono solamente tres: Vladimir Lenin, Leon Trostky y Rosa Luxemburgo. Otra lectura reiterada y siempre presente se la debo a Hostos. Me refiero a Principios de una ciencia nueva sobre la naturaleza común de las naciones, de Giambattista Vico. Tengo que mencionar también a Mijail Bajtin, sobre todo Teoría y estética de la novela y El método formal en los estudios literarios. Vinculado con Bajtin no puedo olvidar el libro de Valentin Voloshinov, El signo ideológico y la filosofía del lenguaje, y su ensayo “La palabra en la vida y la palabra en la poesía. Hacia una poética sociológica”.

No puedo dejar de mencionar otros autores y autoras: Paul de Man, Jacques Derrida, Walter Benjamin, Simone de Beauvoir y Judith Butler. Recientemente he leído y releído con mucho cuidado a Martin Heidegger, debido a la innegable influencia que ha tenido en múltiples pensadores y teóricos de la literatura. Sobre la forma del ensayo incluyo a Theodor W. Adorno y a Georg Lukács.

Añado también a varios poetas que han teorizado sobre la poesía. No puedo olvidar a William Wordsworth, T. S. Eliot, Antonio Machado, Luis Cernuda, Cesare Pavese, Stéphane Mallarmé, Paul Valery, André Breton, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Lezama Lima, Luis Lloréns Torres y Francisco Matos Paoli. Como puedes ver, uso el término “teórico” en un sentido muy amplio. Ninguno de estos autores regresa porque de una forma u otra siempre están presentes.

Has estado de lleno en la política de tu país en varias ocasiones. ¿Qué piensas de la literatura “panfletera”? ¿Crees que la literatura debe ser explícita en sus denuncias? ¿Por qué?

No creo que la política sea algo ajeno a la literatura. Cuando se evade como tema, ya esa misma evasión es una toma de posición política, aunque no se tenga conciencia de ello. Una literatura política, vinculada directamente a algún acontecimiento histórico, si está trabajada con conciencia artística, puede tener un valor extraordinario. El tema político, como cualquier otro tema, tiene su propia legitimidad. Los poetas españoles que hicieron poesía política durante la guerra civil española, a favor de la república, hicieron buena poesía. En Puerto Rico actualmente existe un grupo de poetas que asiste a las protestas contra el neoliberalismo, contra la presencia de la dictadura de la Junta de Control Fiscal impuesta por el gobierno estadounidense. Suben a las tarimas y leen poemas de protesta. Algunos pueden ser buenos poemas y otros de menor efectividad, pero no deja de ser un acontecimiento importante que la poesía salga a la calle y se deje sentir. En nada afecta la dignidad de un(a) poeta o de la poesía el hecho de subirse a una tarima a denunciar o defender una causa justa. Me alienta que tal cosa suceda. Lo que sí debemos pedirle a esa poesía es que nos sacuda intelectual y afectivamente, que sea expresiva y le añada valores culturales a la protesta. No creo, además, que exista una literatura “panfletera” homogénea. A veces con un adjetivo queremos meter muchas cosas diversas en un mismo saco. El panfleto tiene una función importante en la vida de los pueblos en lucha. No podemos descartar la posibilidad de que la poesía se instale en esa calle abierta y pública. Ahora bien, si por “panfletera” nos referimos a mala poesía, no es el tema político la causa. Podría existir también poesía íntima o amorosa “panfletera”. Lo importante es pedirles a lo(a)s poetas buena poesía, aunque sabemos que la prisa puede ser un obstáculo difícil de superar. Y hay luchas que no dejan tiempo para la espera.

En términos generales, en Puerto Rico, hacer buena literatura y buen arte, en general, tiene una dimensión política. No veo cómo se puede llevar una tarea de esta índole sin afirmar el país, sin nadar a contra-corriente. La subordinación colonial tiende a simplificarnos, pero las contradicciones que desata y pone en acción tienden a dilatarnos. Todo lo que nos ensanche y enriquezca puede ser buen material para fortalecer nuestra cultura ante las amenazas que la asedian.

En tus artículos hay una reflexión profunda y una crítica mordaz al sistema económico y político imperante, pero al mismo tiempo eres un hombre optimista. ¿Hay esperanza para los escritores y profesores en un sistema económico/político que sabotea la educación?

Hay esperanza, sí, en la medida que el país se organice para defender la educación pública. El ataque más severo de las políticas de austeridad impuestas por la Junta de Control Fiscal lo ha sufrido la universidad pública. De la Universidad de Puerto Rico han salido grandes esfuerzos, principalmente estudiantiles, para combatir la política neoliberal. Se puede hablar con rigor de un sabotaje a la mejor educación existente en el país, como afirmas en tu pregunta. Pero no podemos olvidar que fue la juventud universitaria, en conjunción con grupos de feministas, la fuerza social que inició la protesta pública más profunda y extensa que se ha visto en Puerto Rico, con la capacidad de expulsar de La Fortaleza al gobernador Ricardo Rosselló en el verano de 2019.

Tienes razón, tiendo a ser optimista en la medida que veo posible la elaboración de soluciones a los problemas que enfrentamos. Pero el estudio y el análisis de los problemas históricos y sociales le exigen responsabilidad al optimismo. La descolonización de Puerto Rico, ya algo urgente, nos enfrenta a una tarea colosal. La dificultad, sin embargo, lejos de derrotarnos, nos debe alentar al despliegue imaginativo para reunir las fuerzas colectivas necesarias para encontrar una solución. Lo(a)s jóvenes son los que con más violencia han sufrido las consecuencias de la crisis económica acentuada por la política neoliberal. En gran medida esa política les ha expropiado el futuro. No hay forma de congraciarse con ella. La única alternativa es enfrentarla y derrotarla. Percibo que los sectores comunitarios y laborales más maltratados, impulsados por la fuerza de la juventud, van a provocar grandes cambios sociales en un futuro próximo. No podemos dejarle el espacio al pesimismo con la inacción. Estamos en el umbral de un cambio colectivo y debemos aportar con todas nuestras energías en la multiplicidad de escenarios existentes.

Mi optimismo, como bien señalas, tiene raíces en las urgencias materiales de nuestra sociedad. No veo forma en que los dos partidos de gobierno puedan reformarse y tomar otro rumbo. La voracidad del capital, estimulada por la gran cantidad de fondos federales para la reconstrucción social, le sirve de combustible al neoliberalismo. Mi crítica al capitalismo colonial siempre ha sido “mordaz” como tú dices. Sin embargo, esa crítica se ha exacerbado con el advenimiento de la política neoliberal por varias razones. La versión neoliberal de nuestro capitalismo colonial se ha manifestado en una tendencia que conlleva un gran peligro. Impuso una forma de acumulación de riqueza que consiste sistemáticamente en el traslado de riqueza pública del bolsillo de los y las trabajadoras al bolsillo de un grupo de empresarios políticos anidado en los dos partidos de gobierno. El concepto clave para adelantar tal estrategia fue el ataque a un supuesto gigantismo gubernamental. Con esta punta de lanza se atacó sin tregua el servicio público y se ha adelantado la conquista directa del Estado por parte de sectores de la empresa privada. Para hacer avanzar el proceso inicialmente se recurrió a privatizaciones, luego al despido directo de decenas de miles de trabajadore(a)s del sector público. Mediante una sustitución de servidores públicos por contratistas privados, sin la intención de reducir el gasto gubernamental, acentuando el endeudamiento público, los dos partidos de gobierno llevaron al país a la quiebra. Y lo más dramático de este proceso, acompañado de un festival de corrupción público-privado, ha sido la incapacidad del gobierno de atender efectivamente la destrucción causada por los huracanes, los terremotos y la pandemia. La ineficiencia del gobierno es cada vez más evidente, con consecuencias trágicas ante los huracanes.

Ante esta situación, no hablaría de optimismo. Hablaría de la urgencia de transformar nuestra sociedad. La fuerza y el impulso para hacerlo tienen sus raíces en el movimiento material del país. La ampliación del debate público es necesario para comenzar a desarrollar un plan de acción común. En ese plan o proyecto de país, la juventud es una fuerza principal. Los educadore(a)s jóvenes que se encuentran en condiciones precarias de trabajo y los escritore(a)s entre ellos, pueden enriquecerse con su participación en ese proceso. Nada será fácil, pero la pasividad no será la solución para nadie.

Sin duda, la educación es un deber y un bien social. Cuando hablamos de literatura, ¿entiendes que todo el mundo puede escribir y debe publicar? 

Una sociedad que no valoriza su educación desemboca en problemas serios. Por eso el ataque sin tregua que ha sufrido la universidad pública es tan peligroso. Le cierra caminos a la juventud y debilita las posibilidades de la sociedad actual para resolver la gran crisis existente. La educación pública no debe permitir que sea el mercado quien mida la importancia de todas las disciplinas. La importancia del arte, en general, no puede medirse como se miden los valores de las mercancías. Hay disciplinas que es urgente proteger, aunque no tengan como función el enriquecimiento económico. La educación debe abrir el más amplio horizonte para que los seres humanos escojan con libertad el espacio intelectual adecuado para su desarrollo. La vida nos permite sorpresas inesperadas. La literatura es una aventura abierta para todo el que quiera vivirla, primero como lector, luego como escritor o escritora. ¿Quién decide en qué dirección deben desarrollarse los talentos? En una sociedad de espacios abiertos le abrimos precisamente el escenario a las sorpresas. Si la buena educación se convierte en una realidad social asequible a todos y todas, el mundo está como debe estar: abierto a que cada cual ocupe el lugar que su vocación le indique. De antemano nadie tiene la potestad de decidir cuál lugar es ese. La experiencia nos indica que los caminos de la literatura son amplios y sorprendentes.

¿Qué le dirías a quien está comenzando a escribir?

Nunca me ha gustado dar consejos. Mucho menos sin tener de frente a una persona concreta. Creo que es importante conversar, sentarse a dialogar, compartir ideas. En esos casos doy mi opinión, sin pensar que tiene validez para los demás. Sin embargo, desde mi particular forma de entender la creación literaria observo unos peligros que pueden tener consecuencias negativas. Vivimos en una sociedad neoliberal con una tendencia individualista acentuada, vinculada al consumo. La lectura de la obra literaria no tiene semejanza al consumo típico de las mercancías. En el consumo personal el valor de uso de una mercancía desaparece o se desgasta. No pasa lo mismo con la lectura de una obra literaria. Lejos de desaparecer, la obra se enriquece en el contacto con el lector. Aunque la lectura no crea otra obra, tiene una función creativa indudable: darle vida actual a la obra leída, abrirla a sus posibilidades de significación. Si comparamos la lectura con el consumo, debemos reconocer su particularidad: la lectura, al revitalizar la obra, enriquece la producción cultural. El individualismo neoliberal tiende a trivializar este complejo proceso. Y como se da en el contexto de una tupida publicidad, fomenta la tendencia del artista a ver su obra como una forma de proyectarse, como el motivo de algo superior a la obra: la fama.

En esa actitud fomentada por la producción y circulación mercantil veo una amenaza al arte. Si el joven escritor centra su atención en la conquista de una fama mercantilizada y efímera, colocando su atención en sí mismo y no en la obra creada, pienso que pierde el camino. Se desvía hacia la conquista menos duradera y puede obstaculizar su mejor talento. A mis jóvenes amigos y amigas con vocación de escribir, los alerto ante las tentaciones del mercado y ante la obsesión con la fama. El problema no es la fama, a mi juicio, sino el desplazamiento de la creación en su sentido más pleno, para sustituirlo por el halago al individuo. Veo una contradicción en este desplazamiento: si por un lado está estimulado por un individualismo feroz, un deseo de sobresalir y ser reconocido, por otro lado, depende de una sociedad mercantilizada para producir esa breve felicidad. Creo que no se debe perder el aspecto central del proceso creativo: producir una obra que responda a los más poderosos recursos creativos. Nada debe sustituir esa obra. Si el logro es significativo, la fama del escritor será proyectada con la fuerza de la obra, no al revés.

Mi “consejo”, pues, si así lo llamamos, es atender sin prisa, con la calma requerida por el proceso creativo, la obra soñada o pensada para hacerla realidad. El deseo de fama no debe obstruir ese objetivo. Por el contrario, debe darle atención plena, evitando que el deseo personal de reconocimiento lo desvirtúe. De ahí puedo derivar otra observación importante: la creación literaria, la creación artística en general, exige un trabajo continuo y no debe conformarse con los éxitos obtenidos. Lo(a)s grandes artistas son tenaces, dedican su vida a su trabajo y lo enriquecen abriendo su personalidad a las más complejas relaciones sociales, incluyendo las relaciones con lo(a)s artistas ya desaparecidos, muertos o muertas, cuyas obras siguen vivas en la memoria colectiva de la cultura. Las grandes obras, pienso, ponen en tensión fuerzas creativas individuales combinadas con fuerzas colectivas mucho más amplias que forman esa tela de araña, antes mencionada, siempre flexible para la incorporación de lo nuevo y discordante, reanimando las creaciones anteriores. En un cielo de importantes constelaciones, cualquier estrella notable que se añada puede cambiar la configuración existente. La metáfora me parece válida porque permite entender la importancia del trabajo y el esfuerzo para colocar en ese cielo una luz con proyección duradera.

La autora es escritora, educadora, poeta, gestora cultural y columnista en diversos periódicos y revistas digitales internacionales. Posee un doctorado en Filosofía y Letras de la Universidad de Puerto Rico de Río Piedras. En el 2002, ganó el Premio Gertrudis Gómez de Avellaneda otorgado por la UNESCO por una investigación dedicada a la poesía. 

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